¿Cómo le ponemos a esto? La autora de la foto, Pilar, lo ve
cada mañana en su paseo tempranero. Es el Guadalquivir, el que pasa por Lora,
Lora del Río, claro, que decía la copla de cuando éramos niños y la gente se la
mandaba, unos a otros, en aquella sección de ‘discos dedicados’ ¿se acuerdan?, pero, también deja, a ambas
orillas, a Sevilla, y a Coria, y a la Puebla…
Dice la radio y la televisión y los periódicos que media
España se va donde la otra. Es decir, adiós a los espetos de sardinas, a los
pescaítos fritos, a esa cosilla que produce ese bicho que, por tener bonito,
tiene precioso hasta los andares. Todo se va a disparar de precio porque claro
hay que sangrar al que viene de otro sitio a conocer al nuestro.
Hablan de cifras mareantes. Algo así como ochenta y nueve
millones de españolitos que se echan a la carretera, toman la vía del tren o se
acercan, dos horas antes al aeropuerto para que lo registren, le quiten el
cinturón y lo miren como presuntos - por
cierto, en Portugal, al jamón se le llama ‘presunto’; en España, al presunto, chorizo, pero eso es otra cosa –
delincuentes y todo porque se les puede ocurrir ir a visitar la catedral de
Santiago, por decir algo.
La foto de hoy me ha llenado de quietud. Todo es armonía.
Todo es belleza. El espejo del agua que puede sonar a tópico refleja esa
arboleda que lo circunda; el cielo se torna de color de oro, de ese oro del dorado
que no está un poco más allá de donde
nosotros podemos llegar; no. Está ahí. Espera al sol que no se lo quiere
perder. Asombra; es un deleite. Recuerdo a San Juan de Cruz, y lo pienso, y lo
asumo, porque Este sí es mi Dios: “mil gracias derramando / pasó por estos
sotos con presura / y, yéndolos mirando, / con sola su figura / vestidos los
dejó de su hermosura…”
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