lunes, 12 de junio de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El nido

En la hueca del olivo viejo, el que está en la costera, conforme se sube por la solana de la loma, hay un nido de tórtolas. El zureo constante, desde el alba hasta el crespúsculo de la tarde lo ha delatado. Las tórtolas vinieron cuando el campo se vistió de margaritas en el borde del camino y los trigos eran olas verde peinadas por la brisa.
Las tórtolas del terreno, o sea, las nuestras, cada vez se ven menos. Entre escopetas que las esperaban en los aguaeros del arroyo, en el pilar del pozo y las turcas, esas otras tórtolas que se han venido sin que nadie las llame cada día se lo hemos puesto más difícil.

Las tórtolas tienen un vuelo rápido. Son menos confiadas que las palomas y se las andan por los rastrojos buscando los granos que se desperdigaron de las espigas después de la barcina. Son aves preciosas. Se mimetizan con el color de la tierra y cuando se asientan, si no se las espanta, están a gusto entre los pajotes secos.

Los nidos de tórtolas son lo menos que puede venderse en nido. Cuatro palotes mal puestos, entrecruzados y con el enrejado suficiente para mantener el ciclo de vida que encierran dentro; es decir, dos huevecillos blancos; luego, dos pichones envueltos en pelillos del diablo amarillos y un color grisáceo de pluma con el collar dorado; el pico largo, negro y fuerte;  las alas puntiagudas y finas para el vuelo rápido. Todo eso se va a gestar entre un nido que no envidian otros pájaros.

Se han secado las tagarninas en las lindes de los secanos; los cardos yesqueros, como erizos de amor, bellos desde la distancia pero espinosos cuando se acarician, han terminado en pompones verdes; luego, azules; los jaramagos secos simulan cuerpos de ‘amantis’  bamboleados por el viento. Es tiempo de neldos. Solo ellos, en estos tiempos, que abre la ventana al verano están con sus corolas verdes, amarillas, ofreciendo su olor y color. Es tiempo de ovejas careando en los rastrojos al amparo del frescor de la noche y de tabarros en el pozo.


Por cierto, niños, nos decían siempre, no os acerquéis al pozo, y los niños… Ya se sabe cómo son los niños…

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