Está ahí, donde siempre; como
siempre, desde no se sabe cuándo. Azul y sugerente; está esperando la mirada desde la orilla.
Agazapado, no lo dice y oculta los sueños enterrados, mejor -¿cómo se le puede llamar a los sueños
sepultados en el mar? – quieto y aparentemente tranquilo…
Está ahí orlado por montañas
lejanas. Son las montañas de la Axarquía. Las tierras que están al este de
Málaga, es decir, las tierras por donde, cada mañana aparece el sol, ese sol
implacable que estos días viene con más fuerza, o al menos así lo parece, que
otras mañanas, y luego, al medio día se enseñorea de todo y nos achicharra.
Unas pinceladas de nubes como opositoras a que Murillo la
inmortalice bajo los querubines que orlan sus Inmaculadas coronan sus crestas.
Son nubecillas tímidas, aprendices de nubes. Se asoman a ver la quietud que se
abre bajo sus pies y no dicen nada. Miran, contemplan y luego, cuando vayan por
otros sitios contarán que ellas ya estuvieron ahí.
Otras montañas más cercanas se
ofrecen al alcance de a mano. Son tierras de cultivos de almendros, de
algarrobos, de aceite; desde hace unos
años, tierras donde el aguacate y el mango ponen sabores tropicales en
competencia con la almendra de los dulces de Navidad. La pasa, la pasa moscatel
que dio nombre, santo y seña a la tierra que la vio nacer, y luego fue vino de misa
y mesa, y elixir, se abre paso en un
mercado de competencia.
Resuena en el subconsciente la voz de Luz
Casal. Recuerdo el mensaje entre un sabor semiamargo de pistacho nuevo. Y evoco que eres mi muerte y
mi resurrección, mi aliento y agonía, de noche y de día, y descubro algo nuevo
que antes no veía. Y brotan en mí, como este día tórrido de comienzos de
infierno, quiero decir, de verano, sentimientos
nuevos que antes no sentía…
Y sigue ahí, donde siempre,
como siempre, agazapado. Tumba azul para los que huyeron de la miseria sin
saber que al otro lado de tu orilla hay otra miseria que algunos no van a llegar a conocer nunca.
Azul y placentero; mar de
Ulises y sirenas que cantan canciones para adormecer a los marinos incautos;
mar que no sabe de fuegos y candelas de otras orillas porque él saluda, a su manera y estilo, al verano
que llega.
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