lunes, 19 de junio de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Horror

Estamos  sobrecogidos con  tantas malas noticias que nos vienen de Pedrograo  Grande. El diccionario agota los adjetivos. ¿Cómo calificar lo que escuchamos, lo que vemos y lo que nos escriben? Todo ha sido rápido. Veloz como solo es veloz cuando se dan la mano viento y fuego.

Los pontífices ‘sabelotodos’  despotrican y dan opiniones. Algunas para llorar. Esta mañana  eran  verdaderas enciclopedias de manual de qué habría que haber hecho; de qué hay que hacer;  de qué habrá que hacer. Buscan de quién es la culpa. Claro, si no aparece, entonces la baraja está incompleta.

El verano pasado anduve por una zona cercana al lugar de la tragedia. El paisaje arbolado, ríos con agua, embalses; caseríos dispersos por medio de las masas verdes.  Pájaro de mal agüero lo pensé. Un incendio aquí sería pavoroso. Me temo que me he quedado  corto.

El fuego, como el viento, como el sol, cómo los pájaros, como los ríos…, no saben de fronteras. No conocen que las fronteras las ponemos, estúpidamente, los hombres para separarnos. Ahora, ante el horror y la necesidad,  las manos han sido más largas que las fronteras y la solidaridad, inmediata. Parece que algunos horrores nos hacen más humanos ante las desgracias de los otros.

Estamos empachados de malas noticias; hace falta que, por parte de quien sea, venga algo de solución ante tanto desastre. Hay cosas que pueden preverse; otras, al menos, mitigarlas. Sabemos que contra los imponderables no hay quien pueda luchar, pero entre tanta algarabía del gallinero no he escuchado a nadie  hablar del uso de algo tan simple, tan sencillo y tan poco usual como es el sentido común. Debe ser por eso, es el menos común de todos los sentidos.

No hay aires de estudiantina que canta canciones de aires de tierra lusitana y de mar, de balcones y ventanas del viejo Portugal, ni de Oporto de vino rojo en las dos laderas, ni campo de oliveras verdes… Desgraciadamente, no es así. Son aires  de mucho dolor.  Flota  el lamento del desgarro ante el horror, y la pregunta, “ay, Portugal ¿por qué te quiero tanto?"

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