El invierno llama a la puerta. La Torrecilla se ha
tocado con una pincelada blanca, lejana... Ha sido la primera nevada de la
temporada. Pequeña; preciosa. El hombre del tiempo decía que la lluvia de los
días pasados era nieve en las sierras. Se ha cumplido.
Dicen que hay un revuelo de ángeles en las alturas.
Todos quieren que le pongan la tercera
imaginaria, esa que dicen que se cumple en las horas altas de la madrugada. Quieren
ser los portadores de la Buena Nueva tan deseada: Paz a los hombres de buena
voluntad (Para los otros; también)…
Los pastores buscan cobijo en las montañas. No son
montañas normales; no. Son de corcho, con musgo verde; mucho musgo. Chorrea por
las umbrías y compiten con el serrín de las orillas del río de la llanura para
dar de comer a los rebaños. Al corderillo pequeño que trae sobre sus hombros el
pastor de la zamarra, a ese, a ese… le da leche su madre…
Está el romero con flores. Quiere ser el soporte de
la ropa que la Virgen… Ya saben: “la Virgen estaba lavando y tendiendo en el
romero…” y todo eso. Las gallinas – han estado como todo el resto del personal
– en sus cajas de cartón, guardadas, quietecitas, en lo alto de las estanterías
del trastero.
Los que si están disfrutando más que nunca son los
peces. Verán. Los peces beben y beben y vuelven a beber…, y como este otoño ha
llovido - ¡no vean cómo ha llovido en
algunos sitios! -, las aguas, pasadas las riadas, ya bajan claras. El papel de
plata compite con los cristalitos rotos, cristalitos rotos de amor imposible, y
el agua, la de verdad, viene de la sierra y trae la bendición de Dios…
Hablan los telediarios de unos desiertos llenos de
humos de bombardeos. Han destrozado ciudades enteras. Muerte, sangre, horror y
dolor; demasiado. Odio entre hombres.
Tanta muerte que los Reyes andan desorientados, perdidos… No encuentran la
estrella en la noche del desierto. Hay demasiada oscuridad en el alma de
algunos hombres. El invierno llama a la puerta.
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