A orillas de la carretera,
conforme subes a Extremadura, a la derecha, hallarás varada un ancla. Estás en
Santa Olalla del Cala. Por aquí sube o baja que todo es del color del cristal
con que se mira, la Ruta de la Plata: De Sevilla a Gijón…
Te preguntarás qué hace allí un símbolo tan marinero. Por si no tienes
quien te lo explique te digo que es homenaje a unos hijos de la tierra que defendieron
el suelo patrio en ultramar. O sea, muy lejos. El recuerdo es la gratitud.
Antes de entrar en el pueblo verás la belleza del toro bravo en el campo
y un cruce de carreteras (que te lleva a Zufre) y un lugar - del que no te digo
nombre - para degustar el buen jamón de la tierra. Bueno, de verdad, como todo
el jamón de la Sierra de Huelva. (Lo del nombre no es por nada. Sólo que la
última vez que estuve por allí me clavaron. Y así, pues eso...)
Si llegas temprano
a Zufre - porque hasta las once no llega
el cura que vive en otro pueblo, para decir misa -, la iglesia estará cerrada. Aprovecha la
umbría de la puerta y échale un vistazo a los apuntes y así recordarás que
estos pueblos se aferran a la historia de la que se prolonga el hilo conductor
a lo largo del tiempo.
Si pudieras otear el horizonte como hacen los pájaros en sus vuelos de
planeo, te pararías en el pantano. En el fondo del valle. Lo alimenta el Rivera
de Huelva. Échale una visual a las sierras cubiertas de encinas y alcornoques.
Ahora en otoño….¡Ni te cuento! Forman dehesa tupida; fíjate en el cielo azul.
Entenderás lo dura y difícil que ha
debido ser la vida por aquí y, como siempre, el hombre sobrevivió al duque,
conde o noble espabiladillo que lo hizo trabajar en su beneficio. Eran otros tiempos.
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