No sé si lo sabrán ellos, los que viven el día a día en Galaroza, pero a
mí al menos me pareció que tienen la fortuna de vivir en uno de esos pueblos
que se dicen bonitos de verdad. Pueblo de sierra con aire limpio y cielo azul.
El Ribera de Huelva nace cerca. Río abajo, alimenta el embalse de Zufre.
El pueblo, sin embargo, se orilla junto al Múrtiga, el que pasa casi a los pies
de la Virgen de Flores y que también va al Atlántico, pero por otro camino. Por
el Guadiana. Hay abundancia - lo que no
es poco - de agua. Verdor y exuberancia que se mitiga en otoño y hace que nazca
una sinfonía de ocres.
Para tu gozo, mira los oros viejos en las orillas del río y cómo el agua
corre por todas partes y cómo crecen castaños y olmos y chopos, y deléitate que
ahora por mor de la estación exhiben sus ramas desnudas. Y piensa que estás en
uno de los lugares más galardonados de la Sierra porque sus habitantes están
tocados por la sensibilidad y por el buen gusto.
Y, por si fuera poco lo que aporta la naturaleza pues también tienen talla de la Virgen del Carmen, que se
entretuvo en hacer Luisa Roldán – la hija de Pedro – ‘la Roldana’, y templo del
XVI – de la Purísima Concepción – y ermita a Santa Brígida, desde donde se ve y
se mira, y se goza y se contempla la belleza de estas tierras.
De la fiesta de los jarritos, por septiembre… Estaba permitido bañar a
cualquiera que osase salir a la calle y ¿el que no lo hiciera? Él se lo perdía.
Han escrito tanto que con sólo que preguntes te la van a contar y a decir que
todos desean que se recupere para volver a tener lo que tenía antes, pero para
eso hacen falta... ¡gentes!
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