No cabía un alfiler. Es un tópico; puede parecer una
exageración. Había gente. Mucha gente. Tanta que aquello tenía tintes de que lo
expresado anteriormente pasase del tópico a lo real. O sea. Gentío.
Un río humano bajaba por calle Mármoles; cruzó el
puente de la Aurora, - el Guadalmedina como es norma de la casa desde la
construcción de los pantanos, seco -
bajó por la Tribuna de los Pobre y…; otros venía desde la Plaza de San
Frncisco por Carretería; acudían desde la Carretera de Cádiz; llegaban desde
Capuchinos… Oiga, ¿dónde va a caber tanta gente?
Pues cupo. La Plaza de la Constitución llena; calle
Larios ni les cuento; la de Granada… Especería, Nueva, Cisneros, Martínez y
Sancha de Lara, Compañía, Strachan,
Santamaría… Todos acudimos a la llamada. Se encendían las luces de Navidad que
el ayuntamiento ha colocado en el centro.
A la hora convenida sonó un estruendo – al ruido
llaman músicas – y comenzó a tronar. Las luces, los cientos de bombillitas que
cubren la bóveda de la calle se encendían y apagaban, sin cesar. La gente
aplaudía. Sí, como quien aplaude una gran faena una tarde de gloria.
El marqués, el tercer marqués de Larios a quien
Mariano Benlliure llevó al bronce, y lo colocó sobre un pedestal, seguía allí
donde siempre, con el sombrero propio del siglo XIX en la mano. Dicen que lo
puso así en señal de reverencia para cuando pasan los tronos de Semana Santa a
sus pies. Puede. A lo mejor es que el hombre era muy ceremonioso… No sé.
El Pasaje de Chinitas también estaba a rebosar. Rebosaba
– de la que se derrama por los filos, en este caso por las puertas de entrada –
gentío. Me quedo con los versos de Lorca: “Al dar las cuatro en la calle / se
salieron del café / y era Paquiro en la calle / un torero de cartel”.
El reloj de la Plaza, el que está por encima, casi
pulseando gaviotas, en el edificio de Martí Torres, marcaba las seis y media…
Gentío, luces y ruido; mucho ruido. ¿Se mide la felicidad en decibelios? Las
sombras ya habían tendido su manto sobre Málaga.
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