Tenían cara de ibuprofeno, almax y omeprazol. Tenían
cara de sueños de sobresaltos, digestiones lentas y cenas abultadas. Tenían
cara de haber pasado una mala noche – por los excesos gastronómicos y
tintoreros, claro – programada. Tenían cara de una barba del día anterior.
Tenían…
A media mañana, como todos los años, me he acercado
a la Fuentarriba. La Fuentarriba es el ágora de mi pueblo, o sea, de Álora para
los que vivís fuera. Allí se habla de lo
divino y de lo humano. Nos hemos encontrado. En algunos casos casi ha pasado un
año. “Te veo igual”. (Se ve que sigue el espíritu de benevolencia navideño
porque es cochinamente mentira).
Los saludos; los abrazos. Los mensajes
entrecruzados: me voy dentro de un rato “porque comemos en …”; o los que te
dicen: “estoy por aquí unos días”. Hacemos promesas de vernos. Algunos nos
veremos. Como en los versos de Miguel “que tenemos que hablar de muchas cosas, / compañero del alma,
compañero”.
Hay un recuerdo, también, por los que otros motivos
no han acudido a la cita. Se cumplen inexorablemente los versos de Juan Ramón
que hablaban del renuevo del pueblo cada año. Como se renuevan los brotes del
olivo llamados a la nueva cosecha cuando llegue su tiempo.
Ha despertado el pueblo con el letargo propio del
día de Navidad. En otros lugares – aquí el encuentro grande es en la Nochebuena
– celebran el día de Navidad. Costumbre de pueblos y de otras tierras.
Los periódicos se han despertado, también, muy
tarde. Han traído la noticia del avión caído sobre el mar Negro, al poco de
despegar, con pasajeros componentes de
los coros de ejército ruso. Una flota de
barcos ha salido en su búsqueda y rescate. Sobrevuelan las gaviotas; en tierra
sobrevolarían ya los cuervos.
El Rey en su discurso navideño dijo que “la intolerancia
y la exclusión no pueden caber en España”. Majestad tengo una duda. Una duda
muy seria ¿se habrán instalado ya y
vamos un poco tarde?
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