El perote estaba sin blanca. Vamos tieso, lo se dice tieso, tieso. Calle
arriba y calle abajo. El perote estaba perdido en Madrid después de que se le
había escapado el tren y esperaba la primera combinación de la mañana que
enlazaba la capital con Málaga.
Mediado de los años cincuenta del siglo pasado. Entonces
ni AVE ni trenes sofisticados. Solo había tres. El “espress”, viajaba durante
toda la noche; el ‘rápido, salía a primeras horas de día, y llegaba al caer la
noche; el correo, se ponía en marcha al mediodía y llegaba veinticuatro horas
después, si no acumulaba el consabido retraso.
Había otra alternativa. El mercado de Legazpi. Hasta
allí llegaban los camiones con las mercancías del pueblo: naranjas, limones, batatas,
granadas… Lo que daba el tiempo. Muchos encontraban carga de retorno para
Málaga.
Entre el ayudante – porque, entonces, los camiones
llevaban un ayudante - y el
conductor podrían hacerle un huequecillo
en la cabina. La mala suerte quiso que aquella noche no había caído por allí
ninguno de los conocidos.
El hombre se dedicó a dar vueltas por Madrid. Cuando
no se tiene dinero y sobra el tiempo las ciudades son aún más grandes de los
que representan y, además, el reloj no anda ni pasa el tiempo.
No quedaba otro remedio que matar la noche y esperar
a la primera combinación de la mañana. Eran ya las altas horas de la madrugada.
Estaba reventado de andar. Ve una luz encendida en un séptimo piso y lee en un
letrero: “Se necesita conductor. Incorporación inmediata. Negociar
condiciones”.
Toca el timbre; insiste hasta que le abren.
-
Vengo por lo del anuncio…
-
¡Pero hombre! Estas no son horas...
-
Pero ahí pone “incorporación inmediata”.
-
Abren. Sube. Le hacen pasar y preguntan
por la condiciones.
-
No. Ninguna. Que vengo a decirles que he
perdido el “express” y me voy ahora, cuando amanezca, en el “rápido”, que
conmigo no cuenten…
No sé quién seria, pero la ocurrencia y el desespero hacen cometer algunas acciones para memorizarlas toda la vida.
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