La Navidad toca con las yemas de los dedos a las
puertas. O sea, noches largas; días
cortos, tan cortos que casi la merienda – los que tienen esa costumbre – por la
luz que hay en la calle no saben si es merienda cena; si han hecho la digestión
del almuerzo o si es que como está tan nublado…
Una amiga ha colgado una foto preciosa: una chica
lee junto a una chimenea. Antes, se
hubiese dicho que era una buena costumbre. Lo de leer, claro. En un país donde
los presuntos analfabetos no pagan al Estado y los presuntos listos meten la
mano en otras ‘tarjetas’... Puede ocurrir de todo.
Ya se
sabe. Un señor que ocupa un cargo muy
importante se confiesa lector
empedernido de un periódico que se dice de deportes; se edita en Madrid. Yo
también, a veces, leo ese periódico.
Está claro,
ni empedernido, ni ocupo ningún lugar importante; lo leo. Ya ven, cosas raras. Otra amiga ha
comentado que a ella le entran ganas de leer al ver la escena de la foto; y
quien apostilla: “y te levantas solo cuando te meas por la patilla”. Con esto del
progreso cambia todo. Yo que pensaba que la micción se hacía por otro sitio… Me
tengo que poner al día.
Terminada una entrevista a Azorín. (Eran sus
comienzos en Madrid). “Maestro, le pregunta, otro que empezaba el camino para
Maestro, el Maestro Alcántara: “Qué libro me aconseja que lea”. “Usted, que se
va a dedicar al oficio de escribir - le contestó - “lea, el Diccionario”. Hace
unos días, otro Maestro, el Maestro Barbeito, nos deleitaba en una sobremesa,
sobre sus lecturas del diccionario. ¡Y cómo le ha sacado rendimiento!
Echo mano al diccionario; consulto. Leer, orinar –
por el sitio que se debe, ¿de acuerdo?- cosas normales. A mí, por lo pronto, me
han proporcionado materia para que ustedes hayan podido esbozar una sonrisa de
ironía. Conclusión: mis amigas lo han utilizado correctísimamente. Todas las
palabras del diccionario tienen el mismo rango. Solo impera el orden
alfabético.
Después de lo de Abisinia, Egipto y Estambul ¿seremos
capaces de dejar a un lado la crispación? Corren tiempos de paz. De armonía - y de un machaco,
tempranito, si no se va a coger el coche -. La Navidad llama con la yema de los
dedos a la puerta.
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