No es el título de aquella película de hace muchos
años. No. Allí, en la película nos hacían pasar un mal rato hasta que el
problema se solucionaba. Un avión tomaba tierra en unas circunstancias
extremas. Todo al final se arreglaba. Ya se sabe, entonces, en el cine ganaban
los buenos. Nacía el cine especialista en desastres.
Esta mañana he ido al aeropuerto de Málaga. Ha tenido muchos nombres: El Rompedizo, San Jualián; ahora, Pablo Ruiz Picasso. Los nuevos accesos dejan a uno en el lugar que más
o menos quiere. O sea: llegadas o salidas. Coches, autobuses, letreros y más
letreros; información en castellano y en inglés. Mensajes gráficos…
Trasiego infernal. Gente de todos los pelos –
algunos hasta rapados, tatuados y con crestas – iban y venían. Maletas. Aglomeraciones. Colas
para embarcar; oleadas que salían. Tableros electrónicos. Informaban de las
direcciones a los aeropuertos a los que se dirigían los pájaros de acero. En las
llegadas, obviamente, las procedencias:
Londres, París, Estambul, Oslo, Berlín, Roma…
El aeropuerto de Málaga, hace un par de fines de
semana, en la mediación de agosto, cuando arreciaba por aquí esa ‘ola de frío
siberiano’ que nos barrió ¿se acuerdan?… tuvo una circulación de cuatro mil
operaciones, avión más o avión menos; tampoco viene al caso ponernos a
contarlos por si se escapa alguno.
A lo que iba. Los detractores dicen que en España
hay muchas cosas que van mal. Vale. Hay muchas cosas que van mal. Otras:
trenes, aviones y comunicaciones dicen lo contrario. A la experiencia de esta mañana me remito. En
medio del caos infernal, todo se arreglaba; seguía su orden. Alguien, digo yo,
tendrá ‘algo’ de culpa…
Vamos en cabeza, en ese punto, de eso que se llama
progreso. Termino con un apunte irónico. En el fin de semana del que hablaba
antes una cadena televisiva, en su
telediario estelar informa: “El aeropuerto de Málaga, uno de los más importantes de Andalucía…” Y me
pregunto, inocentemente, ¿cómo será el más
importante?
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