“… Los cascos de tu caballo / cuatro sollozos de
plata” Lo rescató Federico; lo cantó La Argentinita. Era 1931. Todavía la
guadaña no había bajado aquella noche por los barrancos de Víznar. Lo
rescataron del folclore andaluz. El Zorongo no es ningún palo del flamenco; el
Zorongo es algo nuestro.
Cascos de caballo han resonado como estrellas
bajadas con la alborada hasta la calle. Han madrugado los caballista; ellas,
morenas de ojos negros y flor en el pelo; ellos, elegancia sobre la jaca.
Corceles de bríos, animales totémicos; relinchos; belfos de espuma, braceo de
ensueño…
Aquí no tenemos pinos que lloran cuando ven el paso
de las carretas; ni arenas; ni marisma con garcetas… El calor tórrido;
paupérrima la sombra del olivo. Se ha echado el levante. Palmas, cantos, gente
guapa; más gente guapa, y más….
Espero la llamada que afirma y pregunta. “La Guardia
Civil ha cortado la carretera, ¿dónde aparcamos?” La llamada no llega, como
aquella copla de los Machado. Entre tanta gente, “la isla se queda sola”. Hay
otros puertos; hay otros mares.
Y bullicio y más palmas y más gente y carrozas
engalanadas; caballos, bueyes, gente que va a pie y, en los balcones, mantones
de seda bordado con rosas rojas; mantones de Manila a modo de oración de
despedía: Madre, hasta el año que viene… si Tú quieres, claro.
Y viene Ella. La carreta trae el andar cansino que
marca el carretero. Trae el boyero los ayudantes de siempre. ¿De siempre? Sí;
todos están aquí. Periquito, “Periquito, el de las vacas” hace años que se
asoma a las barandas del cielo… Bueno, Periquito y los otros… Me resuena la voz
de mi madre: “niños no os vayáis a meter debajo de la carreta” ¡Ay, mi madre!
Y viene Ella con manto beige y bordados de oro viejo
y liliums y gladiolos: amarillos, rosas, naranjas, morados…, y un campanilleo
que ponen otra música. Hoy hace el camino al revés: de la tierra al cielo. Y se
va la comitiva; poco a poco, con caminar lento: Esta es mi gente; éste es mi
pueblo…“Pasó el día, pasó la romería” Eso dicen que dice el refrán…
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