Septiembre que es un mes que a mí no me gustó nunca se
ha venido este año con ropaje de verano. No quiere que refresque. No deja que
se vayan las calores tórridas que atosigan y casi no permiten vivir. Septiembre
se ha venido con muy mala leche dentro y la está repartiendo a voleo.
Hay abundancia de cosecha de calores en muchos
sitios. En demasía en ese sitio que los geógrafos llaman el Valle del
Guadalquir. A mí, como cantó Federico me seduce más como la tierra por la que
corre un río “entre naranjos y olivos” y donde hay una ciudad que “para los
barcos de vela, tiene un camino”, y
campiñas onduladas y esas cosas…
Dicen los que saben que eso se debe al cambio
climático; otros, afirman, que no, que tenemos
mala memoria y que no nos acordamos de otros años en los que hizo si no el
mismo, casi el mismo calor. No estoy de acuerdo. Y ¿ustedes?
Me dice un amigo que la playa se ha quedado sin
sirenas bronceadas. Deben lucir el moreno por la calle de Alcalá o vaya usted a
saber dónde. Claro que ahora por la calle de Alcalá ni hay floristas, ni está
Celia Gámez para cantar aquellas cosas tan bonitas de floristas que iban y
venían…
Otras morenas de ojos color de miel se las andan
detrás de los mostradores; en las superficies de esos enormes centros
comerciales que no se atreven a decir que “ya es otoño”. (A ver quién es el
guapo que osa lanzar el mensaje publicitario con la que tenemos encima); otras,
están en la cárcel de cristal de oficinas; en…
Septiembre huele a aceitunas de verdeo y a
barbechos; a Virgen de Flores y nardos, a
margaritas amarillas que florecen tardías.
Anuncian que el verano se está yendo aunque este año cueste creerlo.
Septiembre tiene un murmullo de pámpanos
secos en la parra y racimos de moscateles en los paseros…
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