jueves, 29 de septiembre de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Silbos de levante

Me he llegado hasta la Fuensanta. A la Fuensanta se va por una carretera estrecha y tortuosa, conforme se pasa el puerto de las Abejas – por encima de los ochocientos metros largos – después de dejar atrás Yunquera y,  antes de El Burgo, a la izquierda. La Fuensanta está casi al pie de la carretera.

Tenía ganas de echarme el otoño a la cara. Hay momentos en que los cuerpos y las almas piden cambios. Todos los ciclos tienen su fin; el verano, también. Estos calores tardíos porque vienen a destiempo y porque nos pillan hartos ya vienen muy largos.

Me he encontrado con dos sorpresas desagradables: no ha llegado el otoño y, en un país como el nuestro, de naturaleza arboricida, hallo que han talado las choperas. Los varetones nacidos en primavera ya estaban apuntando a oro viejo, y las hojas anuncian que emprenden el último viaje antes de terminar como alfombra de sotobosque y volver a la madre tierra.

Si se sigue por el carril lleva hasta el convento de las Nieves. Lo circunda un muro de piedra. Se desamortizó con Mendizábal: luego molino de aceite y un montón de peripecias con el paso del tiempo.


Los pinsapos se preparan como esperando algo grande. El viento revuelto y de levante de media tarde movía las copas de los árboles; silbaba en los cerros; los olivos están arromerados. Al volver a casa me he dado a las “Florecillas” del Poverello de Asís. Copio literalmente: “no hay aquí cosa alguna preparada por industria humana, sino que todo lo que hay nos la ha preparado la santa providencia de Dios”. Me resisto y me pregunto ¿la tala también?
Resultado de imagen de convento de las nieves el burgo

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