Amaneció un día glorioso. Dice la radio que hay
temporal de Levante en el Mar de Alborán; el Estrecho casi cerrado a la
navegación y en las zonas costeras arrecia, con fuerza el viento, y han
declarado la alerta de no sé qué color
pero de esos que dicen que es mala.
El alba dio paso a la luz. El lucero, o sea el
planeta Venus, cada vez más pequeño hasta que la luz lo borró. El sol apuntó
por el Cerro de la Fiscala. Primero, un reflejo intenso; luego, los rayos
rompían el horizonte. Se elevó y tomó su sitio.
Una pareja de mirlos saludan la llegada del día. Se
hablaban entre ellos con esos lenguajes con que solo se hablan los mirlos
madrugadores. Solo se entienden entre ellos. Van a lo suyo. Andarán desplegando
las hojas de ruta con que cada día se desayunan los pájaros antes de buscarse
la vida por la huerta.
Hace fresco al amanecer. Todavía no ha llegado el
frío, aunque hace un fresco que se agradece, tonifica; tampoco han virado de
color las naranjas; ya están atabacadas los pámpanos de la parra; las higueras
pimpollean como quien ha hecho la labor pedida. Cada vez arrecia más el aire
conforme ha entrado el día. El hombre del tiempo ve cómo se cumplen sus
predicciones.
La radio del coche anuncia cosas muy feas. Da
noticias que es mejor no escucharlas. Enfrentamientos entre gente que dicen que
se llevaban más o menos - más menos, que
más – bien hasta casi ayer tarde como quien dice. Ellos proclamaban que querían
nuestra felicidad de ciudadanos. “Madrecita de Fátima que me quede como estaba,
que no vengan a salvarme, que no, que no…”
La luz se sube cada vez más sobre el horizonte. Hay
ciegos – no de los privados de vista; no, esos, por Dios, no. Ustedes me
entienden – que no quieren ver. El día luminoso y fresco es un horno con
temperaturas elevadísimas conforme se van confirmando algunas cosas. Es un
túnel oscuro para muchos; otros, ni pueden ni quieren ver… Al menos, eso
parece.