Era una mujer de mirada triste, perdida, lejana. Sus
ojos apagados veían un más allá tan lejano que se antojaba un imposible.
Barbilla pronunciada; boca grande; frente despejada y un caracol del pelo que
rompía la monotonía de un peinado de aquella época.
Su cara era la expresión de quien vive un ensueño;
una llamada a las meigas que andan por
alguna parte; una evocación a las brisas que juegan en los bosques; un
sentimiento hacia los cantos de las aguas del río en la noches de brumas; un
lamento del viento que se vuelve en la cumbres.
Un suspiro por reencontrar lo perdido y que alguna
vez se tuvo pero ya no está. Se añora, se anhela, se desea: “Airiños, airiños aires, / airiños da miña
terra; / airiños, airiños aires, / airiños levaime a ela”.
Rosalía de
Castro – que ese es su nombre – escribe en gallego. Su lengua materna,
entonces, desprestigiada. Se había
perdido todo lo escrito en siglos anteriores y surge esta mujer como una de las
grandes en la literatura femenina del siglo XIX.
Conoció la dureza del campo. Su mundo, la lengua; sus costumbres. En la madurez se
traslada a Madrid. Vive en la calle de la Ballesta; luego – después del
matrimonio – su deambular es constate. Conoce la estrechez económica y la
felicidad no llega a su casa; pasa de largo.
Mujer enfermiza, aquejada constantemente por el
dolor y el sufrimiento. Su obra fundamental, dicen algunos críticos, es –
prologada por Castelar - ‘Follas novas’. La consideran en medio de
la transición desde ‘Cantares gallegos’
a ‘En las orillas del Sar’ su
último libro de poemas…
Estremecedores, bellísimos. “Cuando pienso que te
fuiste / negra sombra que me asombras, / a los pies de mis cabezales / tornas
haciéndome mofas. (…) Eres estrella que pasa / eres viento de sopla”. Póngale
voz de Luz Casal; música, de Carlos Núñez y escuchen y déjense llevar por esos
caminos de delirio y…