lunes, 30 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La mañana

Málaga. Me levanto temprano. La carretera va cargada. Es lunes; primera hora. Por el eje del Guadalhorce baja ‘hasta el que lo hizo’. El sol deslumbra. Apunta con fuerza. Cielo algo entoldado. Temperatura fresca; no ha caído rocío. Se ve que durante la madrugada, en algún momento, el cielo estuvo cubierto; sopla levante.

Un hormiguero de gente entra y sale en el ambulatorio. Va y viene. Llevan papeles en las manos. Hablan en voz alta. La gente no sabe hablar un poquito, solo un poquito más bajo y, entonces, no abrumaría a los que tienen al lado.

Me llego a la librería Luces. Recojo un libro encargado: Antigua sinagoga de Santa María la Blanca. Autora mi amiga Bárbara Palomares. La autora estudia el paralelismo de la sinagoga toledana con la mezquita de Córdoba. “Se torea como se es”, dijo Belmonte; se escribe, como se documenta, pienso yo. Es el caso. Aún no lo he leído pero conozco a la autora.

La Alameda es un caos; la Alameda es un caso. Ni del ‘Puente a la Alameda’ ni por recorte de calles de trasmano. Esto es un lío monumental. Aquí no hay tesoros ocultos; quieren hacer un metro. A nosotros, con tanta revuelta y tanta bulla, nos hacen un ovillito de lana fino.

El centro es una avalancha de gente por todos sitios. Como es de día, alumbra la luz del sol. Bendito sol. Es gratis. Decía Manuel Alcántara citando a Alfonso Canales: “aquí está muy bien todo lo hecho por Dios: paisaje, mar, temperatura, luz; regular, todo lo hecho por los malagueños”.

La casualidad hace que me encuentre con Ángeles y Gabriel. Echamos un rato muy bueno. Compramos... Estaciones de penitencia en Sánchez Pastor, Atarazanas  - con barra fija y cartucho de pescaíto. ¿La culpa? Mi amigo Juan Blanco me enseñó el camino…-  Obediente que es uno.- y Calle Martínez…


A Atarazanas llegan, también ‘otras’ mercancías. El mercado es un lujo. Policromía de frutas: chirimoyas, mangos, aguacates, plátanos, naranjas, peras, manzanas, uvas, pimientos, tomates rojos y de los otros. Se rompe el dicho: ‘colorado como un tomate’, pues va a ser que no; tiene más que ver con el morado.

domingo, 29 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Palo borracho

Escucho a Vivaldi. Lo pide el cuerpo. No puede ser de otra manera. El campo está precioso. Pide agua a gritos. El agua no llega. Dicen en el telediario – mi amigo José María me lo lleva advirtiendo desde hace mucho tiempo – que la culpa la tiene el cambio climático: calores, sequías, tempestades. Va ser que le voy a tener que dar la razón.

Me levanto tarde. Anoche llegue – entre pitos y flautas – casi a media noche de regreso de La Rosaleda. Sabe mal eso de verse camino de la Segunda División. Me quedé leyendo un rato. Me enfrasqué con Josep Pla. Una forma como otra de esconder la cabeza bajo el ala.

A media mañana aparecieron nubes de levante. Un pequeño rebaño de corderillos nuevos. No tenían pastor. Llamo a Gabriel; le hago una consulta sobre la miel. Gabriel fue colmenero. Sabe de abejas y miel. Me honra con el néctar de su amistad.

Al medio día doy un paseo corto. Comentamos – voy con dos amigos – la hermosura del palo borracho en flor. Es todo exuberancia y colorido. Regala belleza; flores blancas en el centro y rosáceas en la periferia. La Fuente de la Manía con  él enfrente…

Barbeito pone en su blog – y en un comentario, a un artículo mío: Luna de Noviembre, ¡que honor, Maestro! – que le da pie a un poema inédito de hace un puñado de años: “Deja abierta la ventana / que la luna entre / y que al entrar nos encuentre surcando la besana…” Maestro, soberbio. Como todo lo tuyo, como tú…

Dos ramos de rosas en dos jarrones de cristal, en los extremos de mi mesa. El sol tibio de la tarde juguetea entre sus pétalos. Son rosas amarillas, asalmonada, rojas suaves, rojas intensas, rosas  - parece una redundancia; no lo es – blancas... El sol de otoño es el más bello de todos los soles del año.


Por los auriculares sigue Vivaldi. “Y mientras limpia la Luna / las estrellas de noviembre, / deja que mi amor te siembre / la semilla que nos una…” Precioso, Antonio, precioso. Entorno los ojos; sueño…

sábado, 28 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Dolores

Sin caber, cabe,  por la puerta grande que se queda pequeña. Aparece. Es un ascua de luz y cera. La plaza…, la plaza es otra. Y se hace una luz distinta. Viene casi a pies de suelo, tan cerca que ya eres más nuestra. Viene como vienen siempre las madres…

Te  he visto, Muchacha, al doblar  la esquina. ¡Oh…! No hay palabras. Yo a pie de calle; Tú, en tu sitio. Ibas - te llevaban - en volandas.  ¿Te mecían? Casi nadie se dio cuenta. Yo te miré y sé que Tú también me mirabas. Ya sabes esas cosas raras que hace que el amor sea tan grande.

Te he visto, Señora, llegar a la Fuentarriba. Venías…. ¡Dios  - perdón por la irreverencia – cómo venías! Eras perfume de azahar y liliums juntos; eras aroma de incienso y calor de velas de la fe que se encienden de otra manera.

Estás allí, Madre, con cara de mujer triste. Con tanto dolor que llevas el tuyo y el nuestro. Estás allí y esperas y esperas. Nunca te cansas;  siempre tienes un deje en la mirada que pareces diferente, distinta. Porque ¡Tú tienes una forma de mirar…!

Estás allí y te vemos desde ese primer banco de preguntas sin respuestas. ¿Por qué, Madre, por qué?  Y uno se sienta en silencio. Y deja que pase el tiempo y no dice nada porque hay momentos en los que las mejores palabras son las que se quedan dentro.

Se hace un nudo en la garganta y luego…Luego, se pone a pensar y a dejar que vuelen los sentimientos y los lleva a unas líneas y recuerda y deja que aflore lo que sale de dentro y piensa que la puerta grande se queda pequeña y en la esquina aquella y en las miradas que se cruzan, y en tu dolor – Virgen de los Dolores – y en el nuestro.


Esta tarde de sol dorado de otoño, tu pueblo y el mío, se han salido a la calle. Han puesto un rótulo: Plaza de Dolores coronada…Quince años se acumulan desde la Coronación; un puñado de naranjos, al otro lado de la verja, se muere de envidia. No es tiempo de azahar. Esperan a la próxima primavera y entonces…

viernes, 27 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Luna de Noviembre

Dios se ha salido de paseo esta tarde entre dos luces. Se cogió de la mano de la luna llena. Se echó a andar por un cielo limpio y despejado y se asomó al pueblo. La brisa se encargó de limpiar de chinitas, o sea de nubecillas, el camino.

A Dios se le ocurre algunas cosas que los hombres no entendemos. La tarde – al menos, la que veía desde mi ventana, estaba en calma; preciosa, placentera. La tarde era un reclamo para pensar. Algo así como un intento de ponerse en paz con uno mismo.

En Oriente Medio la tensión está a punto de hacer que salten muchas cosas por los aires. París se recompone a duras penas de unos días terribles. Nadie ha ido a vociferar, ‘asesinos’ a la 10 rue de Soférino, en el Séptimo departamento, cercano al bulevar de Saint Germain; Bruselas parece que toma ‘algo’ de normalidad; Mali está lejos, muy lejos, y como son pobres….Casi ninguno ‘somos Mali’.

Dios envía sus mensajes en silencio. Y, seguro que se preguntará, ¿por qué estos tozudos no se ponen de una vez de acuerdo? Y, si por un casual alzasen la vista y mirasen al cielo? Mira que si levantan los ojos…, entonces. ¿Qué pasaría entonces? ¿Lo sabe alguien?

No hay manera. Nos tentamos demasiado la cartera. Está ahí, en su sitio. En ese bolsillo cercano al corazón. Yo no vendo armas a los terroristas. Se engañan. Y van dicen que se las venden a otros. Esos otros  las cambia por petróleo a mitad de precio y por fanatismo y por muerte.

Cruzó el cielo una luminaria. Parecía una avanzadilla de la estrella que anuncia a los Magos de Oriente. No, no. Era la imagen del S-24 ruso derribado por un misil antiaéreo turco en el límite de fronteras con Siria. Ya ven, ilusiones vanas.


Echo mano al ‘poverello de Asís’ y me encuentro: “Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas, / en el cielo la has formado luminosas y preciosas y bellas”. Por el cielo, frente a mi casa, paso la luna despacio, muy despacio. Claro, con la compañía que llevaba no es para ir corriendo.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Confiteor Deo Omnipotenti

Yo pecador me confieso admirador de José Tomás. Seguidor de Morante y Curro (que el orden de los factores no altera el producto) y de Ordoñez y Pepe Luis. Por la edad nunca los vi en la plaza.  Admiro la escuela sevillana de Camino. Ver a Belmonte debió ser un goce comparable con la biografía que le escribió Chaves Nogales…

No hay animal más bello que un toro bravo en la dehesa; estoy convencido. Entre jaramagos y amapolas, come margaritas. Soñado por Villalón con los ojos verdes ¡Ojos verdes! ¡Ay, doña Concha, ay, don Miguel de Molina, ay, Rafael de León… ¡

Mi amigo Juan me dice que la Comunidad cierra el grifo de ayudas a la cría del toro de lidia. La Iglesia proclamó que el sol giraba alrededor de la tierra; condenó a Galileo por llevar la contraria.

Lo confieso: he leído unas pocas de veces El Quijote y a Quevedo y a Platero. Me he bebido los versos del fraile poeta que se las anduvo reformando conventos y que desde la cárcel sin papel ni lápiz recordó los paisajes a los que el Amado los sembró de su hermosura después de pasar mil gracias derramando.

Barbeitiano y Alcantarino. Me lo enseñaron: el campo es algo de mí mismo y  el mar al que  me asomaba desde niño sigue ahí. Espera con espumas que van y vienen. Me voy detrás de los versos de Juan Gaitán y de José Antonio Padilla… Hay preguntas –como ellos-  a las que no encuentro respuesta.

Me busco en la pintura de Jaime Rittwagen en aquella Málaga de triciclos y veleros en la bahía; de gatos por las esquinas y coches de caballo que pasean por el parque; de perros callejeros y tranvías que van a alguna parte. Escucho el agua de los grifos que caen en patio de Leonardo y…


Confieso que me eriza el alma una Malagueña de Benito Moreno, el Novio de la Muerte  por la Alameda y el Bolero paracaidista, la noche de Jueves Santo, cuando baja por la calle Ancha el Nazareno… y recuerdo aquello de “No me mueve mi Dios para quererte…” En fin, ustedes perdonen. 

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Frío

Dicen que ha nevado en el norte. La ola ha venido del Polo. Ha barrido de arriba abajo – los que vivimos cerca del Mediterráneo, al Sur lo llamamos, abajo – toda la Península. Están las cumbres blancas; el aire mañanero corta la cara.

Las imágenes del Pirineo, de la Cordillera Cantábrica, de Burgos – “en Santa Gadea de Burgos, do juran los fijosdalgos”, ¿se acuerdan? – parecen postales navideñas. Bueno con esto del laicismo imperante, no sé cómo llamar a ese tiempo. Y, si sigo llamándole Navidad  ¿pasará algo?

Informan que para subir a Pajares han tenido que poner cadenas; en otros puertos, también. Valdeón estaba blanco; el Isasa, en La Rioja, amaneció, hace unos días,  con una capa de nieve. Muchas sierras de Soria se han pespunteado con una vainica sencilla de nieve. Ha lloviznado en Oncala. Aconsejan un rodeo por Huérteles y San Pedro Manrique.

Por el Moncayo el día ha estadodespejado y frío. Espectacular, desde la lejanía. El Moncayo, sagrado y mítico; los Montes Claros, Cebollera…Ya no hay tabarros que beben en los pilares donde abreva el ganado en Gallinero.

Me acuerdo de lo escrito por Avelino Hernández sobre estas tierras. De su mano las he recorrido un montón de veces. Casi siempre en verano; en invierno, cuando no ha habido más remedio. Los acebos de Gargüeta están esplendido; le viene bien la nieve, la ventisca y el viento.


Un caballo, impasible en medio de la nevada. El animal, a lo suyo. Los rigores del verano han pasado.  A lo mejor alguien quiere comprarle una pelliza (a los mendigos de la calle, no; al caballo). El temporal ha sido duro; ha habido que capotearlo. Frío; han llegado ya los primeros; luego, vendrán otros.

martes, 24 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Paz




Y, este paisaje – le preguntaría a Dios si no tuviese un tufillo de insolencia - ¿de dónde te lo has sacado?  Y,  Dios que calla siempre, esbozaría una sonrisa y miraría y no diría nada y se quedaría en silencio y…

Se va la tarde. El sol se hunde en el horizonte; el día se acaba. Es el fin de la jornada. La luz, la sagrada luz del Sur, por un rato se echa a dormir y se recupera de trasiego del día. Merece un descanso.

Unas manos de ángeles anónimos han derramado una sinfonía de colores en esa línea donde el cielo y el agua se unen. Predomina el rojo; un rojo intenso como el amor imposible, como el amor que se sueña y no se alcanza, como una calentura grande, como el amor primero…

El sol ya no es un disco de fuego; no deslumbra. Está entregado. Es un dios de oro derrotado y expulsado del Olimpo. Permite que se le hable de tú. Está a punto de entregarse. Acecha la noche.

No quiere irse. Hay un último intento. Se refleja en la arena de la playa, o sea, en esa película de agua que es remisa a unirse con el azul donde viven los peces grandes y chicos, donde se entierran los sueños de quienes pensaron en un paraíso al otro lado.

La arena conserva las huellas de unos pasos que fueron a alguna parte. ¿Sería un hombre solo? ¿Serían los pasos de una mujer que perseguía sus sueños?

La primera luz  - luz de los hombres - de la noche se ha encendido en el espigón del morro. El espigón se adentra en el mar. Es osado. Llega a dónde no llegan otros. Allí romperán las olas cuando se arranquen los temporales de levante y el mar se ponga bravucón y pendenciero.

Dos hombres lanzan las artes de pesca. Juegan con la penumbra; la luz  se apaga. Saben que a esta hora las aguas están tibias, templadas. Es una hora propicia para que piquen caballas, gallinetas, sargos, algún jurel despistado…


Todo está en calma. Un amago de olas mece el azul oscuro y profundo. Todo está en paz. Y, allá, al fondo, la luz, la luz sagrada. ¡Oh, Luz de Dios…!

lunes, 23 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nísperos

Están los nísperos en flor. Alguien dijo que el primer árbol que florece es el almendro. Es verdad pero florece en invierno. El níspero es más tempranero. Se adelanta en el tiempo. Le coge la ventaja y airea sus flores, a manera de moños, en los pimpollos.

El sol dorado de la tarde pone los picachos del color del ámbar. El aire peina la yerbapunta en las veras de las carreteras y en las trincheras de la vía. Las lindes, regalo de la otoñada, son pespuntes verdes trazados por tiralíneas sin cartabón ni escuadra.

Las abejas se dan un festín. Todavía el frío no las ha encerrado en la colmena y liban en sus flores a sus anchas. Tampoco el campo en estas fechas les ofrece muchas flores. Los nísperos le proporcionan el adelanto de la primavera que todavía está lejos, muy lejos.

Dicen que vino de tierras de Oriente. Tuvo un recorrido largo. Hablan que de  China pasó a Japón; luego,  a Hawái.  Por poniente, se vino hasta el Mediterráneo, traspasó la Columnas de Hércules y llegó a Canarias… No hay quien le ponga barreras al campo y tampoco se la iban a poner al níspero.

Es primo hermano de las manzanas, de las peras y de las cerezas. Se ve que en esto de las frutas también existen los parentescos y no como en el refranero que quien “tiene un tío en Graná ni tiene tío ni tiene na”.  Pues, no.

Le atribuyen un montón de propiedades. Su nombre científico es un tanto raro. Ahora lo que nos ocupa no es ni su procedencia ni cómo lo conocen los botánicos que le ponen nombre a las plantas. Ahora, sabemos que ya están en flor.


En Callosa de Ensarriá, al norte de la provincia de Alicante, les dieron un tratamiento de fruta en conserva y consiguieron que haya nísperos en todos tiempos. Un acierto industrial y un halago para los golosos que gustamos de esas cosas. Y, si además, ya están en flor…

sábado, 21 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Regalo

Hay regalos y regalos. Hay días en que  llegan las cosas más estrambóticas, más sofisticadas. Tan raras que uno las mira y las remira y se dice ¿por dónde le meto manos? No es cuestión de entrar en detalle. Seguro: todos tenemos una letanía de empiece y no acabar.

Hay otros regalos. Mi amigo Jesús Arias se ha dejado caer y me ha puesto en las manos un libro. No es un libro cualquiera – ningún libro, es un libro cualquiera, pido perdón -. El Valle de Alcudia. Autores Vicente Romano y Fernando F. Sanz. (Biblioteca de Autores Manchegos. Diputación de Ciudad Real, 2015). Una delicia.

Es un libro de viajes. Los autores, hace más de cuarenta años recorrieron a pie las tierras del norte de Sierra Morena. Reflejaron en apuntes de un cuaderno todo lo que supieron y pudieron captar y lo contaron. Ahora lo ha reeditado con un acierto enorme la inquietud literaria de la Institución manchega.

Pastores, trashumancia, tierras, costumbres. Paisaje y paisanaje. Ríos, arroyos y caminos. Trenes de vía estrecha; campesinos que se hacen mineros. Caseríos comidos por la maleza; pueblos que perviven al paso inexorable del tiempo; otros, caso de Puertollano,  que pasan a ciudad… Todo cambia; todo pasa ‘porque lo nuestro es pasar’.

Ventas de los caminos. Noches y posadas de asiento y alforja. No dicen si en aquellas ventas  había, también, guitarras como las que contaba don Antonio Machado “guitarra del mesón de los caminos…”.Sí había mucha historia acumulada entre sus paredes. La historia  de gente que subía o bajaba de Madrid a Andalucía.

Recoge el libro diálogos deliciosos de gente celosa de sus silencios. Gente que no quiere hablar o gente que habla lo que no quiere y los autores con la sagacidad de la pregunta oportuna lo hacen aflorar para deleite del lector.


Cuando la antropología se cuenta, se hace crónica… y, cuando se lee, entonces uno se empapa de muchas cosas y aprende y aprende y agradece a los amigos regalos como éste y se pierde entre sus páginas y… Gracias, otra vez, Jesús.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El tamaño de los recuerdos

Plaza Mayor, Madrid. Mañana de otoño. Un otoño raro como éste que nos ha tocado en suerte; parece verano. Sol en los pináculos; charcos en los adoquines que como refresca por las madrugadas todavía no se han secado. Turistas y más turistas. Felipe III,  indiferente en bronce, mira desde el caballo.

Pepe Isbert, (el abuelo) Alberto Closas y Amparo Soler (los padres), José Luis López Vázquez (genial padrino)… Era una Navidad de aquellas en que no se ponían belenes laicos. Se había perdido Chencho entro los puestos con figuritas de Nacimientos en la Plaza Mayor. Pastores y lavanderas; zambombas…

Buscan al niño…Jesús Álvarez da la noticia en el telediario. ¿La película? “La gran familia” dirigida por Fernando Palacios. Madrid apuraba diciembre de 1962.

Una cuadrilla de albañiles busca, todavía,  el tesoro. No hay suerte; no lo encuentran. Tienen media plaza levantada. Martillos neumáticos; vibraciones, ruidos. Más ruidos. Pasa un ciclista; luego, otro; y, otro. Han repintando los frescos de la fachada de la Casa de la Panadería. Preciosa.

-          Aquí, le digo al amigo con quien comparto paseo, me comí el primer bocadillo de calamares de mi vida. Iba con mi hermano; nos costó tres pesetas…(cinco céntimos de euro, para los curiosos)

Seguimos andando. En la Plaza de Santa Cruz, el edificio que alberga el llamado Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación pide, a voces, desde lejos, una limpieza de fachada. Eso que llaman por ahí ‘aggiornamento’ o como se diga.

En la Plaza de Jacinto Benavente – de don Jacinto se puede escribir una ‘enciclopedia’ de anécdotas, verídicas o apócrifas - le cuento:

-          Don Jacinto, le dicen, tal crítico está hablando mal de usted.

-          Qué raro, no recuerdo haberle hecho un favor nunca.


El teatro ‘Calderón’, en la esquina ya no espera a doña Carmen con sus collares, su bolso al brazo y el peinado intemporal. Tampoco irá Raphael. No nos cantará que el camino que lleva a Belén baja hasta al valle que la nieve cubrió… Y, uno traga saliva, y piensa en aquel zurrón que un día tuvo lleno de ilusiones y, en el tamaño de los recuerdos.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Otra vida.

No es  la llamada sobrenatural; no. No es la soñada por los que sacan los décimos de lotería; no. Tampoco la que nos venden esa gente que se vocifera, entre ellos, en los programas de televisión que atontan las mentes; no, no.

Verán. Miguel es el barrendero de mi barrio. Es un hombre joven. Miguel con las claras del día se las anda por la calle. Recorre la acera. Lleva una escoba y un artilugio, a modo de bidón, en el que deposita lo que otros han dejado durante la noche. Hace su trabajo por un sueldo. Seguro que no es grande… Miguel es una persona anónima.

Otro Miguel, -  Miguel Ángel - cuelga fotos de naturaleza. Está en contacto con ella. Vive con ella. El campo es su compañero diario. Trae la belleza de  los chivos nuevos que llenan ya el corral; las ubres pletóricas de leche; las cabras, que carean en los pastos. Bestias, frutos, puestas de sol, amanecidas…

Marilina cuelga una foto del río. El río, en la foto de Marilina, está precioso. Enigmático. Tiene, embrujo y, lo que es más importante, en un río: tiene agua. Las orillas, ahítas de vegetación de ribera; en la lejanía, la Sierra del Valle recorta el horizonte. Unas nubes vienen de paso…

Mariló me cuenta de las tonalidades del cielo en los atardeceres de nubes anaranjadas y azules. Me habla del murmullo del mar. Mariló vive cerca del mar… Los disfruta  - a los atardeceres y al mar - desde su perspectiva. La naturaleza se los pone casi en la puerta de su casa.


Manuela ha colgado - es lo apropiado para estos días de tanta vorágine -  música de Edvard Grieg: Solveig’Son. Siento hambre de esa nueva mañana. Necesito un nuevo día con menos odio y menos tensión. Cuando escribo se va la tarde. Entorno los ojos. La Slovak Philharmonic Orchestra sigue desgranando notas...

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El mendigo de la iglesia de San Ginés

Viaje relámpago a Madrid.  Otoño, en los árboles; presencia policial en la calle. Hace, todavía, calor. Veo a Dios  vestido de mendigo por muchos sitios. Pide limosnas en la puerta de la Almudena, en Jesús de Medinaceli, en San Ginés… Dormita en los bancos de Paseo del Prado.

Nadie le hacía caso. La gente pasa. Algunos miran; otros, no. La gente  - yo, también - sigue, a los suyo.  Nada de aquello va con ellos. Es una imagen tan usual…

El cielo velazqueño se extiende por las pimpolleras de los plátanos.  Los árboles se despojan del ropaje de verano;  las hojas alfombran el suelo. No se movía nada,  Se pide una brisa suave, tenue, aunque sea casi imperceptible; ni eso.

Dios cambió de  ruta y de paseo;  decidió andárselas por la ciudad. Tenía la barba de muchos días; el pelo mugriento; ropas andrajosas y sucias; los pies…. Los zapatos con las punteras rotas y ajadas. No tenía calcetines (¿cuando llegue la noche, cómo combatirá frío de los pies?) Un vaso de plástico es la extensión más larga de su mano. Pide  unas monedas…

El tren de la vida lleva prisa; demasiada. No tiene parada en muchas estaciones. Son estaciones de lujo. En esas estaciones sobran muchas cosas.  Huelen a perfumes, perfumes caros de esos que embriagan y salen a la puerta y les dan de lleno a los que van de paso.

La vida se va. Estas personas, un día, perdieron el tren. Parece que no quieren subirse. Se han vuelto indiferentes. Tampoco le despachan billete ni le reservan asiento. Son personas ancladas en las estaciones, en bancos que comparten con su soledad.


Algunas veces, Dios, sin que se entere nadie, va y se disfraza de mendigo – en forma de hombre o de mujer, da lo mismo - y se viene a pedir a los pórticos de las iglesias, en las puertas de los establecimientos, en…,  y cuando le vence el cansancio dormitan sobre un banco el parque. A Dios se le ocurren unas cosas más raras…

martes, 17 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Pavos

Los pavos tienen mala literatura. “Eres más soso que la carne de pavo” le dicen al tío sin gracia, sin chicha ni limoná, al que le falta media cochura, al que queriendo una cosa siempre, por mor del fario, le sale otra. Ese niño está en la edad de pavo…

Pavo está, también, el muchacho cuando el amor, el primer amor, da esos toques con que se presenta una noche en la ventana y el mozo arrastra las alas y como está en edad del cambio de voz, entonces pasa lo que tiene que pasar…

En víspera de la Pascua – de la Pascua de Navidad – llevaban a la ciudad desde del campo los pavos en piaras. El pavero portaba una caña larga y seca. Cuatro cañazos al aire o cuando no al propio pavo y la piara se reconducía al sitio apetecido. Los pavos estaban destinados a mesas concretas, predeterminada.

En la España de la pobreza eso de comer carne de pavo estaba reservado a algunos hogares concretos, tan concretos que era noticia eso de matar un pavo para la Noche Buena.  Era la España de muchas carencias y más apetencias.

Dicen, los que saben, que el pavo vino de América – en EE.UU al dólar, la moneda todopoderosa – se le llama ‘pavo’. Lo trajeron los españoles. Se difundió por toda Europa por la aportación de calorías a la dieta tan pobre de aquellos tiempos.

Hay otros pavos. El pavo real viene de Asia. Su canto es un graznido entre maullido de gato en celo y mochuelo asustado; el plumaje precioso. El refranero le augura mal fario. Puede ser lógico. Se las anda por los tejados y rompe las tejas y caballetes. Tiene voladas cortas.


 Es espectacular cuando abre la cola a modo de vedette de  Revistas cuando eran santo y seña de ‘otro’ arte en las noches de Madrid. El pueblo llano no aceptó nunca al que “tiene más vientos que un pavo real” y el folclore lo cantó con aquello de “échale guindas al pavo / que yo le echare a la pava…”

domingo, 15 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Bodegón de otoño

Está todo trastabillado. Fuera de lugar. Hace calor; el verano se agarra a las argollas del paso de los días. El anticiclón, apatarrado encima; no hay quien lo mueva. Mañanas de nieblas; tardes soleadas de paseos.

El campo - de lo poco, en su sitio - con un manto verde precioso. Las sementeras dibujan  mosaicos pardos en las lomas y una cohorte de pajarillos buscan semillas o insectos tras los surcos abiertos por el arado. El ganado trisca en la yerba nueva. Se han ido las tórtolas, las golondrinas, los vencejos…

Los bodegones fueron pinturas clásicas en el Barroco. Eran la instantánea de una mesa en la cocina. Una bandeja mostraba un acopio de frutas: membrillos, uvas, peros y manzanas, castañas, un pan con las hendiduras de un corte agrandados por el calor de la cochura…; algunas piezas abatidas en una jornada de caza.

Tenemos, estos días, bodegones diferentes. Hay flores en las aceras de la calles; velas encendidas al amparo de la pared; notas escritas en papeles que recogerán mañana los equipos de limpieza.
Personas que lloran en un desconsuelo continuo. Preguntas sin respuestas, soluciones que no llegan. Desespero de demasiada gente. Ha cambiado  la fisonomía de  muchas caras por las que ahora corren lágrimas.

Sirenas luminosas y de las otras; Patrullan militares; policías con atuendos armados. Desconfían de todo y de todos. Miran, escudriñan, hurgan para descubrir al enemigo agazapado no se sabe dónde pero se antoja escondido en cualquier parte.

El bodegón de este otoño refleja algo muy distinto a lo que pintaba Zurbarán. Nubes de contaminación sobre las grandes ciudades. Se tocan con boinas gigantescas; desde lejos se ven oscuras, feas. Culpable, el dióxido de nitrógeno. Dicen que ese gas es consecuencia del mal hacer del hombre.


El hombre – algunos hombres – contamina ciudades de maneras diferentes; todas dañinas. Matan o fabrican gases tóxicos. Envenenan a otras gentes. Venden armas a otros hombres que disparan ciegos por el odio. Es su ley y  su norma; los otros tienen un afán, sin límites, de enriquecerse más y más… ¡qué bodegón más puñetero el de este otoño!

sábado, 14 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sinrazón

La sinrazón se ha vestido de venganza en París. Repartió dolor junto a las gradas de un estadio de fútbol. Quizá alguien se cruzó con ella.  No le prestaron caso. Pasaron de largo; no la reconocieron. Nada de aquello iba con ellos. Es una imagen de muchos días…

El cielo de París estaba precioso. El cielo de París siempre es algo único; en otoño, más. Luego la noche lo trasforma en luz y París es la ciudad de la luz. París luz, París glamour, París libertad, París moda, París sonrisas… Desde anoche, París horror.

Los encargados de asunto estaban cegados por la venganza. Odio y más odio. Matan en nombre de un dios de muerte. No tienen límite; carecen del más mínimo sentido de la conmiseración hacia otras personas ajenas a todo lo que ellos dicen que defienden.

La sinrazón cambió de acera en el paseo de la tarde. Los telediarios nos amargan, por sistema,  la comida todos los días. Siria, Afganistán, Palestina, Egipto…; ahora, París. El título de las memorias de Hemingway decía aquello de París era una fiesta, más o menos. Ahora, hay otras memorias; otros, título. Muchos nombres; todos con el mismo denominador: dolor, terror, tragedia…

El tren en el que viaja la sinrazón lleva prisa; excesiva prisa. No para en ningún apeadero;  pasa de largo por las estaciones que no les interesa, y huele a muerte y a pólvora. El tren de la sinrazón trasporta cosas muy feas.

Se le ha ido la vida a muchas personas. Vivían su noche de fin de semana. Estaban en Saint Denis viendo un partido de fútbol; cenaban en un restaurante; echaban el rato en una sala de fiestas, de moda, en el París diferente.


Su vida se les ha anclado en vías muertas de estaciones sin salida que no vienen en el mapa. Esas estaciones, a partir de ahora si figurarán en los callejeros y todas tendrán junto al nombre propio el del apellido del terror, de la muerte, de la barbarie, de la sinrazón… ¿Para qué seguir?

viernes, 13 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Elenita

Desde hace un rato hay un ángel más en el cielo. Se llama Elenita. No había sitio en este mundo tan cruel para ella. La vida la ha tratado con demasiada dureza. De punta a punta en el recorrido de su camino. Vino con cara de ángel; luego un incendio… Una lucha sórdida de profesionales que no han podido salvarlar…

Rabia por dentro; preguntas sin respuesta: ¿por qué Dios mío, por qué?  Demasiado dolor, demasiado sufrimiento. 

Solo queda un consuelo en esta noche donde el horror se ha echado a la calle, desde hace un rato hay un ángel más en el cielo. Se llama Elenita.

Una hoja suelta del cuaderno de birácora. Visita

Vienen desde la otra punta del mapa. Casi a un paso – paso más o paso menos -, Portugal,  el Murtigas por medio, y al otro lado tierras de La Contienda y Barranco (por cierto, el único pueblo portugués donde se matan los toros de lidia en la plaza).

Hace muchos años soplaban otros aires. Eran tiempos de guerra. De unos contra otros y de los otros contra los unos. Daba lo mismo. La cosa era no entenderse y acabar las diferencias en nombre de dios con apelaciones diferentes, pero a flechazo puro y duro.

Bueno, los unos cambiaron las flechas por cañones pequeños: ribadoquines y lombardas. Como aquí no había quien supiese hacerlo trajeron maestros – o sea, expertos – de otros lares. Según cuentan los libros de Historia, venían de la Borgoña. Un poco lejos para llegar hasta ahí, pero ya se sabe…

El Reino de Castilla con sus Reyes Católicos le hacen la guerra al Rey Nazarí de Granada. De los tres – Fernando, Isabel y Boabdil – del único que está probada su presencia en Álora es la de Fernando, y con él mucha gente importante en títulos, en guerras y en sabidurías de esas cosas.

Entre ellos gentes de Encinasola, Cumbres Mayores, Cumbres de San Bartolomé, Fregenal de la Sierra… Cuando acaba el fregado – porque las guerras también se acaban – por aquí se quedaron muchos de ellos. Y, lo que es más importante, dejaron a la Virgen de Flores, su Madre. Primero en una ermita; luego en un convento… Y, hasta hoy.

Llegan en una visita de cortesía, de hermandad. Confraternizaremos, una vez más, marochos y perotes. Recibimiento institucional entre Ayuntamientos, abrazos. Luego, visita a la Casa de la Madre en Flores.


Se recordarán con cantos, que es lo mismo que rezar,   que “ A orillas de la ribera / está la Virgen de Flores / patrona de Encinasola / reina de los corazones” o que “para Patrona bonita / la de mi pueblo, Señores, / es morena y chiquitita / se llama Virgen de Flores / y a mí el sentío me quita”…

jueves, 12 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Niebla

La culpa  la tiene el anticiclón. Ni llueve, ni aire, ni gases que se van… Todo se queda pegado al suelo. A media mañana abre, que es un decir. El sol llega con retraso paso. Al mediodía calor; por la tarde, otra vez el rocío. Todo cíclico.

Temprano, los eucaliptos del arroyo eran gigantes – que no molinos –, sin aspavientos ni movimientos raros. Estaban quietos, estáticos; en espera de  acontecimientos. Los naranjos, fantasmas inmóviles; las naranjas chorreaban vapor de agua entre el ramaje tupido.

 Dice el maestro Barbeito que: “Las  las lindes escriben con tinta verde la historia de la otoñada”. Hoy, no. Esperaban la hora en que tocaba escribir la muestra ordenada por la batuta mágica que inicia la sinfonía del campo. No habían salido, tampoco,  los pajarillos tempraneros.

El campo se había puesto un mantoncillo gris blanquecino. Se lo han traído de regalo  de algún sitio lejano. Estaba como quien estrena un trapo y no se lo quiere quitar por más que se lo demande la necesidad. El campo era un puro misterio de embrujo y adivinanzas ¿Ahí, detrás qué habrá?

Antes creíamos que todas las nieblas tenían su cuna en los campos de Escocia, Inglaterra y Gales. Nos encogían el alma aquellas películas de terror por las calles de Londres con el criminal que andaba suelto bajo unos faroles de luces tenues y tristonas.

Otro criminal nos ha encogido el alma. La noche - una noche de niebla - en sus horas de madrugada; un pueblo blanco del Aljarafe sevillano: Sanlúcar la Mayor.  No había luces tenues en la calle sino muchas oscuridad dentro de un alma con la claridad de la mirada perdida. Una escopeta. Un hijo que grita… La muerte se entró por la puerta. Dos vidas…


“A distinguir me paro / las voces de los ecos…” escribió don Antonio Machado. La niebla no tiene la culpa. Voces y ecos de muerte de la mano; demasiados. Algo no cuadra. ¿Cómo puede vivir un criminal en una calle que se llama Calle de la Paz? Cuando salga el sol hay que  abrir los balcones que dan al alma y contestar a muchas preguntas…

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Palabras de amor

Es esa tierra por donde entró la modernidad y mucho de lo bueno – algo malo, también, seamos justos- que venía de Europa; han surgido voces de discrepancia. Se actúa, se dice, se manifiestan cosas. A veces, fuertes. No en una dirección; no, sino contra una dirección. Parece igual; no lo es lo mismo.

Las palabras son dardos.  La palabra hiriente es un dardo afilado. Se hinca. Se clava como aquella flecha con que se nos mostraba el éxtasis de Santa Teresa del genial Bernini. Le atravesaban el corazón… Aquella era una flecha de amor; éstas tienen otra pinta.

Alboroto en el gallinero; cacareo, en los medios. Unos, dicen; otros, contradicen. Es alarmante ver cómo la gente se habla – dicen que se hablan, entre sí – y no se escuchan. Hay predisposición para no aceptar nada, absolutamente nada, que no sea mi Ley, lo que mi razón dice. Mi razón tiene que prevalecer.

Arañan el cielo de Barcelona las agujas de ese sueño de gloria llamado basílica de la Sagrada Familia. Pienso en las tres palabras concebidas por Gaudí para dar nombre al templo emblemático. Sobran dos. Escójanlas ustedes mismos. Es fácil la elección; no se equivocan. Seguro.

En esa tierra donde arrancan, en uno de sus extremos, esos montes que antes decían que nos separaban de Francia, surgió, hace unos años,  un muchacho que cantaba con una guitarra y llenó las mentes de otros muchachos con canciones bellísimas.

Por aquel tiempo yo me las andaba por una tierra donde también sopla la tramontana, y la mar tiene el agua azul; los pinos llegan a la orilla de Formentor y en Sa Calobra y en Sa Foradada y en Lluch… Allí nació una amistad: lenguas diferentes; culturas distintas… Han pasado más de cuarenta años; aún perdura, y ‘lo que te rondaré morena’.

“Palabras de amor, sencillas y tiernas / que echamos al vuelo por primera vez…” Hacen falta muchas palabras, palabras de amor que traigan la ilusión perdida, que convivan con los recuerdos, cada uno con su identidad  y con su leche pero agarrados de las manos, como los viejos amantes, como historias de amor, como sueños de poetas…


Ah, se me había olvidado, ese muchacho nació en un barrio obrero de Barcelona. Se llama Joan Manuel Serrat.

martes, 10 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La chica de los ojos de misterio

Entré en el bar. Las sombras se alargaban en la calle. Se iba la tarde. Por la cristalera de enfrente, el bar se abría al campo, y en la lejanía los rayos dorados del sol del otoño ponían de color malva las cumbres calizas de las sierras lejanas…

Estaba sola. Estaba sentada sola en una mesa. No daba la impresión de esperar a nadie. Dejaba escapar el tiempo con la indiferencia de quien es dueño de sí y de todo lo suyo. Sobre el tapete, el vaso de la consumición, el papel del azucarillo, un cenicero de cristal  – no tenía ningún sentido porque no se puede fumar dentro de los bares – vacío.

La chica era morena. Morena de tez, morena de pelo, morena de mirada que encierra mucho misterio. La chica se peina con el pelo lacio; le cubre una parte de la frente, y le cae por detrás, armonioso y como si fuese un caracol de seda.

La chica tiene la frente despejada y limpia; los ojos negros. Los ojos de la chica miran con una dulzura infinita, con encanto, con ese embrujo que tienen las mujeres excepcionales que, de vez en cuando, aparecen ni se sabe porqué ni cuándo… Pero ella estaba, aquella tarde, allí.

Los labios, sensuales, proporcionados, bellísimos; llenos de enigma, intriga, intimidad… Una mano de carmín le da una tonalidad apropiada y única.

Tiene la nariz proporcionada; en su lóbulo izquierdo la chica se adorna con un pendiente con forma de jazmín – leve aleteo de un poema de nácar - y se acurruca entre la mejilla y la oquedad que le hace el pelo en un bucle caprichoso y oportuno.


La chica tiene la mirada perdida en la lejanía. La mirada de la chica no va sola. La mirada va acompañada de un pensamiento. Solo ella sabe lo que piensa. La chica apoya la barbilla en el espacio entre las falanges y los nudillos de unos dedos que se antojan largos, sensuales, preciosos…

lunes, 9 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Líos

¡Ufff…, qué lío! Aquí, y por esos mundos de Dios. Poco carbón; mucho cisco. Esto está como para apagar la televisión, no comprar los periódicos ni escuchar la radio…, y hacerse uno ermitaño como aquellos que vivían en cuevas y en los desiertos.

El Españoleto, o sea, José de Ribera, el máximo exponente del tenebrismo en la pintura española del barroco pintó a un san Pablo ermitaño en los desiertos de Egipto. Un cuervo le llevaba un pan diario para alimentarlo en su ascetismo.

No sé sí por ahí va el agua al molino. Desde luego, a donde no se puede ir en una temporada es a Egipto. A otros muchos  sitios, tampoco. Explosivos en los aviones;  atentados de locos. No se echan colonia sino un montón de pólvora encima; se la cuelgan a modo de bombas.

No hay que ir tan lejos. Punta del mapa. La mar azul baña unas costas de aguas limpias; los pinos se asoman a los acantilados. Cobijan a un puñado de hombres – y mujeres – sin limpieza de ideas,  ni generosidad de sentimientos.

Piensan en ellos. Solo en ellos. Les ha barrido una ‘tramontana’ rara. No venían esos aires ni del Ampurdán ni del Valle del Róndano;  no. A mucha de esta gente no los admitirían como eremitas en los desiertos. Ya han hecho de su tierra uno, grande y por mucho tiempo…

Corren malos vientos. El otoño está ‘aseadito’. Ha llovido en algunos sitios con vergüenza; en otros, ha arrasado. No hace frío. O al menos ese frío que empuja a los pájaros del campo – los otros pájaros no lo necesitan – a buscar el amparo de un terrón en los barbechos para pasar la noche.


No sé. Esto huele a desconcierto. En medio de todo salta la noticia: el Papa manda  a Omella como nuevo arzobispo de Barcelona. A mí Barcelona me queda como muy lejos. Con el obispo compartí – por circunstancias, claro – una mesa. Oigan, para descubrirse. Dará que hablar. Al tiempo. Algo bueno tendría que haber en un patio tan revuelto.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Gente

La tarde de otoño es dulce, suave, placentera. Las sombras de El Hacho hace un rato  que bajaron por la Cuesta del Convento, cruzaron el río y dibujan la silueta del monte en las Lomas de Virote, en Panza Burra, en el Morquecho, en el arroyo Jévar tan temible, a veces, y ahora sin agua…

Me echo a andar por la carretera. En el ‘Quebraero’ me cruzo con los que vienen de retorno. Almuerzan pronto, y a eso de media tarde, vienen de vuelta. Unos chiquillos beben agua no potable en la Fuente de la Higuera. Han dejado tumbadas las bicicletas en el suelo.  Esperan - las bicicletas - que se hidraten los presuntos deportistas.

Entro en el Convento. Está en penumbras. Un sensor automático ha encendido las luces a mi paso. En los alféizares de las ventanas se arrullan las palomas. En las oquedades de la espadaña juega el viento.

Dos mujeres rezan en el primer banco; una chiquilla deposita unas monedas en un armatoste eléctrico. Se enciende una luz; imita una vela. La gente - alguna gente - combina fe con dinero. No sé…

Vuelvo a la carretera; dos muchachos jóvenes recogen los toldos. Están en la aceituna. Los fardos son negros; las varas, largas. Junto al pie de un olivo un vibrador de color anaranjado; el campo se moderniza. Los veo cansados, sudorosos, hartos de la faena. Les saludo; me devuelven la cortesía. Los olivos siguen, ahí, en su sitio, donde siempre.

¿Qué pensarán estos hombres de la gente que pasa por la carretera? Es el final del día con el trabajo acumulado. El paso del sol les ha dado todas las horas del reloj; llega la noche, recogen. Mañana será otro día.

Una  parte del olivar está por coger; las aceitunas, cuentas de un rosario de pasión, doblan los varetones. Unas moradas; otras, virando. Quedan, las menos, con ese color bendito que solo tienen las aceitunas cuando saben cercano el sacrificio del molino.


En el Llano de las colmenillas canta una alondra; ella, a su modo, despide el día. Se agrandan las sombras…

sábado, 7 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Esparraguero

El hombre siempre iba solo. Con las primeras luces se echaba al campo. El hombre era de mediana edad, de mediana estatura, de medianas carnes. El hombre andaba con paso mediano, ni muy de prisa ni lento. Sabía a dónde iba y a lo que iba.

El hombre los días de lluvia llevaba un gabán largo y viejo, de un verde descolorido que anunciaba que un día fue nuevo y que era de ese color. Se tocaba con una gorra y calzaba botas recias. Unas polainas de cuero sujetas con hebillas le protegían las pantorrillas.

Con un arte especial se colgaba un paraguas, amarrado con una tomiza por delante, y fijo en la espalda, de modo que llevaba las manos libres y no  le molestaba ni al andar ni en sus movimientos. El hombre braceaba a media altura.

El hombre solía llevar un cigarro a medio fumar entre los labios. Era tabaco de picadura. Lo guardaba en una petaca de cuero ajada y desteñida. Pasaba por delante de la casa, hacía una inclinación con la cabeza, a modo de saludo y emitía unos sonidos ininteligibles que no llegaban ser palabras.

Conocía el nombre de todas las yerbas del campo. Sabía donde se criaba, cuando llegaba la primavera, la mejor manzanilla en El Hacho, donde había jara que hervida curaba las mataúras de las bestias, donde florecían los mejores tomillos para echar las aceitunas en agua y qué pozo criaba las mejores árnicas en sus brocales.

El hombre barruntaba, por el camino que traían las nubes, si eran nubes de agua o si por el contrario, a media mañana, se despejaba porque nunca llovía con el levante. Leía en los candilazos de los anocheceres y por cómo soplaba el aire sabía qué tiempo iba a hacer al día siguiente.

Sabía cuando era el momento más adecuado para coger el esparto y el mastranto.  Conocía por su plumaje y por su canto a todos los pájaros del campo y dónde había un encerradero de conejos…


El hombre bajaba de la sierra a media tarde. Debajo del brazo llevaba – si era tiempo – un manojo de espárragos. Un día dejó de pasar aquel hombre…

viernes, 6 de noviembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Papeles

Competencia feroz. ¿Quién tiene la capacidad de cometer el disparate – con pinta de normalidad – más grade?  Se admiten apuestas. La prensa sale con noticias raras. Suenan a esperpénticas. Se han corrido las lindes.

Hablan de ‘bautizos’ o ‘comuniones’ civiles. Me pregunto, pero ¿esos no juegan en el equipo contrario? Dicen, que de pastores a Belén, que naranjitas de la China, que hay mucho atasco por los caminos y la gente del ganado belenero no está dada de alta en la Seguridad Social.

Con la subida de la luz ni lavanderas en el río, ni estropeo de romero; lo prohíben los ecologistas. Herodes es antibelicista y con las apetencias republicanas esos de Reyes perdidos por los desiertos y estrellitas en el cielo… ¡Vamos, hombres!

Un grupo de catalanes quieren más dinero. Cosa rara. No les llega el suyo. Piden y piden al Estado del que quieren separarse. ¿La Ley? Que la cumplan otros. Parece que con ellos no va esa procesión.

La sociedad – una parte – presume de antiyanqui. Celebra el ‘jalogüín’ como quien espera a ese tío vestido de  colorado y blanco que vive en Rovaniemi. Bebe la bebida que hace feliz a la vida y come esas cosas que venden en el “burriquín”. Que no abuelo, que no, me decía, hace unos días,  mi nieto de tres años: se dice Burger King. El abuelo ponía cara de…

España tiene varios problemas. ¿Paro? ¿Bajos salarios? ¿Falta de futuro? ¿Inestabilidad política? Que va, que va. El gran problema de España es saber si Messi llega al partido del siglo… de este año.

El Juez, en la ceremonia civil, - no podría ser de otra manera - lee con parsimonia los artículos del Código Civil referentes al matrimonio.  Le da todo lo suyo. El novio está nervioso, inquieto;  el Juez que piensa que es por la trascendencia del acto. Le dice:

-          Calma hombre, calma, que este acto es algo muy importante y no se realiza todos los días.

-          No, no, si yo no estoy ‘altereao’.  Es que es la hora del bocadillo, y el encargado me ha dado permiso para venir, y si me retraso me lo descuenta luego…


La anécdota real y cierta. Convendrán que los papeles están un poquito …