Y una mariposa que se fue delante y margaritas y florecillas
silvestres, pinceladas arrancadas a una tarde de primavera que está ahí como
esperando al viajero. Y le dan la bienvenida y…
Me he subido hasta La Cruces. Son los viajes que no se
programan y son los que salen. No había
alcaciles en Montija. Porque habíamos ido a Montija buscando alcaciles. Bueno,
si había, pero están aún faltos de cuerpo. Los dejamos para otro día cuando ya
mayo esté deshojando chilindros y rosas nuevas.
Decidimos – Juan y yo – que nos vamos para Las Cruces. El
peligro de dos aventureros sueltos. No transita nadie a esa hora de la tarde en
que la gente ya ha dado de mano en el campo y se ha vuelto a su casa. Todo está
solitario. Un motor lejano rompe la poesía del silencio.
Por donde nace el arroyo Bujía se ha arrancado una pareja de
pájaros…Primero han corrido por el camino; luego, se han asomado al barranco.
Vuelo intenso y corto. El vuelo de la perdiz es intenso y corto. Se pierden en
las quebradas del terreno. Una camada de volantones de jilgueros van de
almendro en almendro.
Está todo el campo salpicado de casas blancas. Una aquí;
otra, allí. Todas están en su sitio. Reverberan a la luz de la tarde. La luna
en cuarto creciente juega al escondite con unas nubes muy altas. Deben estar
muy bajas las temperaturas en esas coordenadas de la troposfera.
Desde la puerta de la ermita se ve Málaga allá a lo lejos,
junto al mar. Y, Churriana, los Alhaurines y Cártama y Coín y otros pueblos entre la bruma y cómo
se estira el caserío como una mancha blanca, como una vía láctea pegada a la
tierra.
Álora se acurruca junto al Hacho que, en la distancia,
parece un cerro cualquiera. La sierra de la Huma y el Torcal y los Montes de
Granada. Desde la puerta de la ermita se respira calma como la que dicen que
gozó aquel fraile que cuando vino a darse cuenta se le había pasado el tiempo. Ah,
la radio del coche dice que Monedero abandona Podemos y…¿?