Ha colgado, en facebook, mi amiga Marilina la foto de un
plátano oriental vestido de otoño… Precioso, enigmático, lleno de encanto y de
misterio. Se asoma desde detrás de una verja y con sus ramas, parece que saluda
y dice a adiós a los viajeros. Como hacia Homero Macauley, con el tren que
pasaba camino de Ítaca y se perdía por la tierra de California.
Se despiden los árboles de sus vestidos del verano. Casi se
han deshojado ya los granados, los ciruelos, los plátanos… Hace meses que lo
hicieron los almendros. Tiene ya el hatillo preparado la higuera del huerto,
aquella - ¿se acuerdan? - de Miguel Hernández: “Volverás a mi huerto y a mi
higuera / por los altos andamios de las flores / pajareará tu alma
colmenera”, en su Elegía del recuerdo.
Están en marcha ya las acacias. Lloran poesía con esa caída muelle
y suave de suspiros suspendidos, a medio camino, por el aire. La brisa de la
mañana deja, en el suelo helado, un manto de hojas. Esperan la recogida y, de
manera despiadada, unos hombres vestidos de verde y amarillo las depositan en
cestos, y luego en cubos, y luego en un camión que se las lleva no se sabe
dónde.
Esas hojas nos dieron sombras en las siestas largas del
verano. Apretaba la luz los dientes y el sol hacía chriribitas. Nacieron, como
en los versos de don Antonio Machado, con las lluvias de abril y el sol de mayo…
Claro que eran otras lluvias y otros soles. Y ahora…
Se arrebuja la naturaleza. Siente que ya viene, que llega - los
fríos ya lo han hecho - el invierno. Noches largas; almas solas que hacen
suyos los versos de Barbeito: “y aunque
rota la luna de mi suerte / y muerta la esperanza de tenerte / hay un algo que
espera todavía…” Es otoño.
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