martes, 10 de diciembre de 2013

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Pincelada de otoño

                               

Ha colgado, en facebook, mi amiga Marilina la foto de un plátano oriental vestido de otoño… Precioso, enigmático, lleno de encanto y de misterio. Se asoma desde detrás de una verja y con sus ramas, parece que saluda y dice a adiós a los viajeros. Como hacia Homero Macauley, con el tren que pasaba camino de Ítaca y se perdía por la tierra de California.

Se despiden los árboles de sus vestidos del verano. Casi se han deshojado ya los granados, los ciruelos, los plátanos… Hace meses que lo hicieron los almendros. Tiene ya el hatillo preparado la higuera del huerto, aquella - ¿se acuerdan? - de Miguel Hernández: “Volverás a mi huerto y a mi higuera / por los altos andamios de las flores / pajareará tu alma colmenera”, en su Elegía del recuerdo.

Están en marcha ya  las acacias. Lloran poesía con esa caída muelle y suave de suspiros suspendidos, a medio camino, por el aire. La brisa de la mañana deja, en el suelo helado, un manto de hojas. Esperan la recogida y, de manera despiadada, unos hombres vestidos de verde y amarillo las depositan en cestos, y luego en cubos, y luego en un camión que se las lleva no se sabe dónde.

Esas hojas nos dieron sombras en las siestas largas del verano. Apretaba la luz los dientes y el sol hacía chriribitas. Nacieron, como en los versos de don Antonio Machado,  con las lluvias de abril y el sol de mayo… Claro que eran otras lluvias y otros soles. Y ahora…


Se arrebuja la naturaleza. Siente que ya viene, que llega - los fríos ya lo han hecho - el invierno. Noches largas; almas solas que hacen suyos  los versos de Barbeito: “y aunque rota la luna de mi suerte / y muerta la esperanza de tenerte / hay un algo que espera todavía…” Es otoño.

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