domingo, 22 de diciembre de 2013

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Isla (cuento apócrifo)


                                               

El hombre llegó a tierra entre dos luces. Había estado casi todo el día en la mar y volvía al chambao porque el hombre vivía en una casa blanca, -con una parra en la puerta- a medio camino entre el rebalaje y la cumbre de la isla. El sol se bajaba en el horizonte. El cielo estaba malva, rosa, celeste… Tenía tantos colores que el hombre gozada con todos y no apartaba ninguno en especial.

Al pasar junto a las rocas del acantilado vio a la muchacha. Era la muchacha de todas las tardes. Estaba allí desde no sabía cuándo. La muchacha tenía un pelo más castaño que negro, cortado a media cara. Vestía un pantalón vaquero y una camisa blanca con botonadura blanca de nácar.

La saludó con una inclinación de cabeza. Dijo unas palabras ininteligible, y siguió por el camino arriba. Ella le correspondió, levantó la mano levemente, y siguió mirando al mar. El hombre siempre la había visto como si formase parte del paisaje. Y siempre se preguntó porqué estaría allí.

Llegó. Abrió – era una manera de decir – porque la puerta nunca se cerraba y entró. De la mar subía ese olor que sólo viene cuando la noche es más sombras que luz. Dejó donde siempre los aparejos que traía al hombro y se acomodó. En alta mar, ya se veían las luces de algunas traíñas…

El hombre supo por los periódicos que había sobre la mesa - siempre se los dejaba la señora que le daba un aseo a lo que podría llamarse casa y le preparaba la comida – de lo ocurrido. Casi no le apetecía leer.

Se entera que Jodorkoski descarta enfrentarse a Putin por el poder en Rusia (con lo lejos que está Rusia, pensó). Han colocado, en portada, con números grandes: 62.246 (el gordo de la lotería). Rajoy sobre la cubierta de un barco de guerra (con chaqueta y corbata) dice a la marinería que protegen los intereses…


El hombre dejó de mirar los periódicos. Era la víspera del día de Nochebuena. El hombre entornó los ojos y recordó a aquel viejo pescador de La Habana que Hemingway llevó a ‘El viejo y el mar’ y pensó en la gente que escribía prosas preciosas y versos. Y deseó la felicidad para todos. Era la víspera; mañana, será, dijo entre dientes, la Nochebuena.

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