“Desde la calle de la Aceña, Platero, Moguer es otro
pueblo”. En la calle Ribera, esquina con la de las Flores, nació Juan Ramón.
Han pasado ciento treinta y dos años. Han celebrado - el pasado 23 - actos de
recuerdo y, probablemente, habrá gente que hayan leído algunos versos suyos.
Y se hayan acercado, un poco más, a todo lo que supuso el
poeta introvertido y serio, que escribía poesía en prosa y que, los adultos, se
empeñaron, un día, en decir que aquello era para niños…, y no lo era.
Decía Juan Ramón que, en aquel barrio donde estaba la calle
de la Aceña - que era barrio de marineros - la gente hablaba de otra manera,
tenían otras costumbres y todo tenía que ver con el mar. De otras gentes, que vivían, también, en el pueblo, Juan Ramón
nos dio su imagen a modo de crítica social. Espejo, a veces, de una sociedad
dura y cruel.
Por la calle de la La Ribera, conforme se baja la cuesta
larga, se llega al río de Moguer y luego, a la izquierda, hasta el Tinto que
viene de la Sierra y tiene color a cobre y olor a esas cosas donde parece que la vida es imposible; enfrente: San Juan del
Puerto.
Moguer huele a cal que reverbera, a pan de horno dorado por
fuera y a migajón por dentro, como lo veía Juan Ramón, desde la lejanía; a
cigüeñas en las espadañas de las iglesias; a aventuras por América… Moguer
huele a Platero.
Porque Moguer es en esencia, Platero, y niños que van por la
calle y quien fue y vivió de la exportación de vinos a sitios muy lejanos. Tan
lejanos que algunos llegaban a Rusia. Vino, después el progreso, y aquella
sociedad viró y desarrolló, esa tentación sensual y carnosa que llaman fresón.
Moguer es Platero y… Juan Ramón.
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