lunes, 9 de diciembre de 2013

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Benavente y El Riojano

                                              

“Cuando vengas  a Madrid chulapa mía…” escribió Agustín Lara, en el Chotis universal. Luego, ensartó un rosario de ‘minucias’ como hacerla emperatriz de Lavapiés, alfombrar de claveles la Gran Vía,  una ‘junterita’ con la crema de la intelectualidad en Chicote, con agasajo postinero incluido, o un baño en vinillo de Jerez. ¡Cualquier cosa!

Cuando vengas a Madrid,  me dijo un amigo, llégate a donde “El Riojano”, Mayor 10, a golpe de vista de la Puerta del Sol, casi frente a la calle Postas... La pastelería perteneció a un repostero de la reina Isabel II, le hicieron el mobiliario apropiado y todavía lo conservan. Sirven - me dijo, y es verdad, al menos por lo que yo alcanzo - las mejores pastas de té de la Corte.

La mañana estaba escarchada y seca. Tan fría que los rayos del sol aún no habían acabado con la helada en la umbría de la Plaza Mayor. El vaho de la respiración se suspendía en el aire y al entrar por las fosas nasales casi hacía daño; afeitaba, en seco. La gente iba y venía; la calle llena y un no sé qué que ya sabe a Navidad.

Me acogen. Me explican. Me cuenta. Me dicen que sirven cada jueves las pastas al Consejo de Estado;  que el dibujo, que cuelga en la pared es original de Mingote, distinción del Ayuntamiento, ‘por centenarios’ (la casa se fundó en 1855). La factura aceptada por la Reina María Cristina – 3 de abril de 1923 – por 89,37 pesetas se la enviaron de Palacio como recuerdo.

¿Se ha fijado?  – me atienden, don Juan, burgalés, y “ella  -refiriéndose a doña Esperanza, su mujer, que fue quien me recibió- extranjera, de Zamora”. Sonreímos. Esa factura en aquel tiempo era más dinero del que hoy se supone.

Me refieren que en una mesa, a la entrada del café, (como en la rebotica de la pastelería) se sentaba don Jacinto Benavente. Era asiduo de la casa. Tomaba café y pastas. Según, les decía Pepe, que entró de botones y se jubiló aquí, don Jacinto, pedía servicios para su casa. Se rifaban el encargo. La propina era un duro o un bocadillo. Todos pedían el bocadillo, porque dentro ‘además, venía el duro’…


Ante esto, la media mañana había que rematarla con vermú y callos de Lhardy. Y se remató, y que salga el sol por Antequera.

1 comentario:

  1. Un día habrá que rematarlo en Casa Salvador, en la calle Barbieri, Malasaña. Un abrazo

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