Cuelga, El Museo del Prado, estos días - hasta febrero - una
exposición sobre Velázquez y la familia de Felipe IV. Sabe a poco. Una
treintena de obras (se incluyen también algunas de Martínez del Mazo y Carreño)
pues queda como corta. Uno se pregunta ¿y ya está?
No había llegado la Kodak ni por supuesto las máquinas
digitales. Siglo XVII. Velázquez el mejor pintor de su tiempo – de otros,
también- retrata a la Corte con pelos y señales. Una Corte de España que ya
venía cuesta abajo; Velázquez, regresaba de su segundo viaje a Italia.
Tal como eran, tal
como no llegaban al pueblo. Feos, de ojos saltones y narices aguileñas,
enfermizos o tiernos; seres, algunos a los que el destino les depararía, más de
uno y de dos disgustos.
Un Quevedo de lengua bífida y viperina se encargaba de
amargarle la existencia. “Es, decía, del Conde Duque, como los hoyos, más
grande cuánta más tierra le quitan”. El rey, ligero de bragueta, seudobeato y poco
agraciado, tampoco le iba a la zaga. Claro, que al rey…España se hundía en
pobreza y pillería, en golfos sueltos –como casi ahora- y con un desprestigio
internacional en aumento.
A alguna gente de esta época - la del entorno cercano al rey
- es a la Velázquez lleva a los cuadros de la muestra. El rey y la reina
Mariana, las infantas, Margarita y Teresa, al príncipe Felipe Próspero o su propio
perrillo que, desde el reposabrazos de un sillón, mira, como siempre al
espectador.
Pacheco, suegro de Velázquez lo citó en una antología de su
tiempo ‘porque –dicen- que era su yerno’. En Madrid, desarrolló todo lo que
llevaba dentro el sevillano universal. Algunos mezquinos quieren negarle lo que
ya traía dentro desde Sevilla. Es su
problema. Andalucía que da tanto a cambio de tan poco, dio entre otros, a
Velázquez y El Prado, nos da – por cierto, con colas enormes- unas gotitas de
su obra. Sabe a poco.
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