9 de octubre, lunes. Ayer,
por azar, me encontré con un programa de TV. Hablaba de Carmona. Sí, la Carmo
romana, la de la necrópolis, la que tiene por parador un palacio que fue de un
rey, la que está junto a la carretera, esa que llaman la Nacional IV y que, por
muchos sitios y por más razones, se ha quedado pequeña, la de tantos monumentos
de calidad como tienen las tortas inglesas de sus monjas, las clarisas. Sí,
Carmona, la de la diligencia de Villalón…
Sí, Carmona, la de esa campiña
fértil, feraz, bellísima en primavera y de mieses de granos prietos – éste no,
que no, que se lo digo yo, - los años en que los cereales de entonces venían de
cuarentas semillas para arriba.
Carmona, la de las campanas que
tocan como no tocan en ninguna parte porque tienen un tañido especial,(¿te
acuerdas cómo nos despertaron aquella mañana?) como lo tienen sus artistas, como
lo tienen los gazpachos de verano a los que le dan un toque tan especial que yo
diría que son los mejores que he degustado nunca, la de la Virgen de Gracia los
días dieciséis de septiembre de cada año y que ¡miren por donde¡ a esa, precisamente
a esa, no la sacan en procesión.
Les decía que un señor al que
entrevistaban se entretuvo en enseñar una colección de espejos. El hombre ni
corto ni perezoso se entretiene en decir que esos son los espejos de Velázquez
porque esos son los espejos que aparecen en Las Meninas, donde se ve
reflejado el Rey Felipe IV – éste no fue el del Parador, el del Palacio era
Pedro I, el Cruel, vaya joya – y el espejo donde se retrata a la bellísima Venus
del Espejo.
El hombre decía, también, que esos
espejos no habían viajado a Madrid cuando don Diego se las andaba por la Villa
y Corte. Tampoco eran algo así como unas piezas de serie de esas que se vendían
y se venden, por modas, en los mercadillos o las tiendas que se dedican a
vender muebles y objetos de decoración.
¿Entonces? Pues la explicación
era tan sencilla como que Velázquez, Diego de Silva y Velázquez, andaluz de
Sevilla, y quizá el pintor más grande que ha dado la pintura española de todos
los tiempos… ¡estuvo en Carmona y allí los vio! y se los llevó en un boceto o
en la retina, vaya usted a saber… Está claro, las glorias sin que ellas lo
sepan, a veces, se dan la mano.
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