sábado, 28 de octubre de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Edificios singulares


                                     


                                              Foto. R. Nuño


28 de octubre, sábado. Tienen las ciudades edificios singulares. Sin ellos serían, otras. Pienso en este día de brisas de otoño junto al mar de Málaga en Gibralfaro, la Alcazaba o la Catedral con una torre y la otra a un cuarto de su camino… Se me vienen a la mente la Malagueta, la Aduana, el Rectorado (antaño Correos) el Ayuntamiento o ese ramillete de iglesias con sus torres que un día fueron campanarios…

Hay otros que, según a quien, les puede marcar de una u otra manera. Algunos formaron parte de nuestra formación. Nos marcaron por lo que pudieron significar.

Tiene su lugar el edificio del Seminario. Allí, algunos tuvimos la suerte que sus muros nos cobijasen en los años en los que la semilla comenzaba a fructificar. Nuestras vidas se abrían, sin que fuésemos totalmente conscientes.

Dejo a un lado la formación religiosa. Se nos inculcaron valores de trabajo, puntualidad, esfuerzo, solidaridad (“de balde y con todo lo nuestro”, decía san Manuel González), entrega, honradez…. Allí, también, nacieron amistades que duran para toda la vida.

Yo salí del seminario en 1966. En estos 57 años he vuelto dos, tres veces, quizá. A lo mejor no han sido tantas, pero siguen impresos en mí aquellos hombres que con sus luces y sus sombras intentaron nuestra formación. Procuraron modelar el barro que tuvieron entre sus manos con más o menos acierto. Nunca les he podido dar las gracias personalmente a todos. Normal. Eso es un imposible. Se las doy en el recuerdo y por supuesto que, en ese revelado de fotos,  se pasan por mi mente como las nubes por los picachos de las sierras.  No todo fue como ni ellos, ni nosotros deseábamos, pero lo fue.

El obispo de los Sagrarios abandonados, san Manuel González, ideó el edificio de estilo mudéjar, pero sin puertas (al Seminario, dijo, se entra por la puerta de la Capilla). Le inculcó a los arquitectos Guerrero Strachan y Atencia que, había que diseñar, además, una galería por donde tuviese libertad para transitar el viento entre sus columnas. En el viento venía la Gracia de Dios; en la oración, ante el Sagrario, estaba el resto. Sembraron su suelo con un mosaico de piedrecitas pequeñas con una lección para aprehenderla cada día. La llamaron la ‘la galería de la obediencia”.

A veces, en estos tiempos  –  acabo de leer en un periódico de gran tirada y ver en tv sendos reportajes, donde es moda atizar a la iglesia - a uno se le ocurre cambiar el paso. Una cosa rara… ¿verdad?

 

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