28 de octubre, sábado. Tienen
las ciudades edificios singulares. Sin ellos serían, otras. Pienso en este día de
brisas de otoño junto al mar de Málaga en Gibralfaro, la Alcazaba o la Catedral
con una torre y la otra a un cuarto de su camino… Se me vienen a la mente la
Malagueta, la Aduana, el Rectorado (antaño Correos) el Ayuntamiento o ese
ramillete de iglesias con sus torres que un día fueron campanarios…
Hay otros que, según a quien,
les puede marcar de una u otra manera. Algunos formaron parte de nuestra
formación. Nos marcaron por lo que pudieron significar.
Tiene su lugar el edificio del
Seminario. Allí, algunos tuvimos la suerte que sus muros nos cobijasen en los
años en los que la semilla comenzaba a fructificar. Nuestras vidas se abrían,
sin que fuésemos totalmente conscientes.
Dejo a un lado la formación
religiosa. Se nos inculcaron valores de trabajo, puntualidad, esfuerzo,
solidaridad (“de balde y con todo lo nuestro”, decía san Manuel González), entrega,
honradez…. Allí, también, nacieron amistades que duran para toda la vida.
Yo salí del seminario en 1966. En
estos 57 años he vuelto dos, tres veces, quizá. A lo mejor no han sido tantas,
pero siguen impresos en mí aquellos hombres que con sus luces y sus sombras
intentaron nuestra formación. Procuraron modelar el barro que tuvieron entre
sus manos con más o menos acierto. Nunca les he podido dar las gracias
personalmente a todos. Normal. Eso es un imposible. Se las doy en el recuerdo y
por supuesto que, en ese revelado de fotos, se pasan por mi mente como las nubes por los
picachos de las sierras. No todo fue como
ni ellos, ni nosotros deseábamos, pero lo fue.
El obispo de los Sagrarios
abandonados, san Manuel González, ideó el edificio de estilo mudéjar, pero sin
puertas (al Seminario, dijo, se entra por la puerta de la Capilla). Le inculcó
a los arquitectos Guerrero Strachan y Atencia que, había que diseñar, además,
una galería por donde tuviese libertad para transitar el viento entre sus
columnas. En el viento venía la Gracia de Dios; en la oración, ante el Sagrario,
estaba el resto. Sembraron su suelo con un mosaico de piedrecitas pequeñas con
una lección para aprehenderla cada día. La llamaron la ‘la galería de la
obediencia”.
A veces, en estos tiempos – acabo de leer en un periódico de gran tirada y ver en tv sendos reportajes, donde es moda atizar a la iglesia - a uno se le ocurre cambiar el
paso. Una cosa rara… ¿verdad?
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