7 de octubre, sábado. Hace
un rato estaba en el campo Recibo una llamada de teléfono. Me informaba que hoy
es el cumpleaños de Leonardo. ¿Cuántos? No lo sé. Uno más que el año pasado;
uno menos, que el que está por venir. Yo, también, me he enterado por otro
amigo, le digo…
Vuelvo a casa. Me encuentro en
la televisión que esta madrugada ha explotado, otra vez, el polvorín del odio que
anida, alimentado por los dos lados, en la tierra de Palestina. Me quedo
anonado. Tengo que escribir algo…
Dudo. Sé que, entre ambos media,
además del abismo de la distancia, otra cosa. Uno, sobrecoge por dentro; el
otro, llena el espíritu por la felicidad del amigo. Me quedo con el segundo. Me
quedo con la paz de las rosas que pinta Leonardo Fernández y con la paz que regala
el hilo de agua que cae, generoso y puro desde el grifo en el patio de vecinos de la
casa de otro tiempo.
Me quedo con la pintura de este
hombre hecho a sí mismo. Nació en la Málaga castiza que ya no existe. Aquella
Málaga que se acunaba entre la Plaza de la Merced a donde llegaba el tranvía
por calle Granada y Alcazabilla; entre la Plaza de la Constitución y la que se cerraba con una muralla desvencijada, con geranios en los balcones y pajaritos
ventaneros, entre Carretería y el Muro
de San Julián.
Leonardo fue un pintor que de
niño jugó en los mismos solares donde Picasso probablemente también jugó a las
caninas y al trompo y…. Su pintura, hiperrealista va otros derroteros por la
que ha ido la del niño Pablo. Así son los caminos en el arte.
Leonardo nunca salió de Málaga.
Bueno, sí salió. Se fue a traerse la esencia de la sal de Cádiz, ¿ustedes han
escuchado que detrás de un hombre hay una gran mujer? Pues eso. Se llama Loli.
Los artistas siempre los vemos reflejados en sus obras; nunca nos paramos a
pensar qué hay en las trastiendas de sus almas.
Me quedo con las rosas de
Leonardo, y con las uvas de sus bodegones y con las frutas maduras que invitan
a la sensualidad y aportan la paz que uno, en días como hoy de zozobra en las
noticias, anhela y necesita. Ya ves, Leonardo hace unos años, no sé cuántos, me
regalaste tu amistad y yo, esta tarde que quiere ser otoño y no lo es, me quedo
con la paz de tus rosas mientras te envío mis mejores deseos de felicidad.
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