31 de octubre, martes. Su
madre vendía violetas y partituras en la puerta del Théâtre des
Variétés,
en el número 7 del bulevar Montmartre, en París. (Paris, soñado, deseado, inabarcable).
Se llamaba Blanche. Era oriunda de
Dordogne, Nueva Aquitania… Él nació en un taxi, camino del hospital de San
Antonio. Con siete años, arrebatado a su madre, interno en un orfelinato.
Después la vida. Cuatro adopciones. Todo
duro, muy duro. Ya mayor, pasado mucho tiempo, descubrió a su madre biológica
con la que vivió cuatro años.
Se me viene a la mente, por esa extraña cosa
que, sin saber porqué ni cómo, aparece como un chispazo y surgen recuerdos de
hace mucho tiempo. Tanto, que uno ahora, no sabría fecharlo, pero sí sabe que
era de cuando se soñaban muchas cosas.
Pedro Trigueros pinchaba en un pik
ud, comprado a plazos, en Rebollo (que todavía no era ‘Comercial
Rebollo’, un disco de 45 r.p.m. (Corría
tanto que el aquellos minutos tenían menos de 60 segundos. ¡Seguro! Y la
canción – lenta, por supuesto y la niña con los codos por delante – era como
algo visto y no visto. Menos mal que Pedro la repetía, una y dos y tres y muchas
veces. Entre otras cosas, la pobreza de material discográfico era casi extrema.
Eran los bailes de las tardes
del domingo o en las vacaciones de Navidad – en Semana Santa aquello estaba
prohibidísimo - donde se arrastraba el ala mientras poníamos cara de corderitos
degollados y todo aquello que no se debe ni describir ni contar.
Entre otros discos había uno
que a mí me sonaba de manera especial. Obviamente yo nunca había estado en
Capri ni tenía la más puñetera idea donde quedaba aquella isla donde según la
canción era una isla de amor y serena (como si el amor de adolescencia tuviese
algo de sereno) adonde no volveríamos más. Decía “no merece la pena”. ¿Seguro?
Yo pienso que aquello era más una exigencia de la rima que del deseo.
Decía, también que allí, había
nacido el primer querer. ¿Quién ha olvidado el primer amor? Seguro, que entre
las telarañas del alma tiene un lugar intocable. Muchos años después anduve por
Capri. Entonces se me vinieron a la mente las sirenas y Ulises amarrado al
mástil de un barco que hacia una travesía imposible en medio de unas aguas
azules donde las olas tienen crestas de nácar… Ah, el cantante se llama, en su
nombre artístico, Hervé Vilard; la canción Capri c’est fini…
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