10 de octubre, martes. Recientemente
he leído un artículo, un gran artículo que no sé quién lo firma. Una lástima;
no tiene desperdicio. Dice el autor o autores que la soledad no se ve, se
siente. Parece que esa verdad últimamente anda un poco fuera de valoración.
Habla el artículo de que en
nuestro País, sí, éste que llamamos España
y al que a veces pintamos tan extrovertido y a alegre (eso no lo dice el
artículo, lo digo) hay más de tres millones, ¿son muchas gentes, verdad?, solas.
Solas significan que son islas dentro de la multitud que le rodea.
Solas entre su familia, entre
los vecinos de la escalera, entre la gente con la que se cruza por la calle,
solas en medio de las masas que llenan, en ocasiones, las terrazas de los
bares, los acontecimientos públicos, los espectáculos. Solas, literalmente
solas; y casi todas, mayores.
Leo también que en Málaga se
produce un suicidio cada dos días. Eso es demasiado. Eso no tiene nombre ni uno
sabe cómo abordarlo. Una palabra de alguien con la que uno pueda desahogarse,
un momento de atención para ver que otro tiene, sufre o lo ahoga el dolor.
Carecemos de empatía para pensar un poco menos en “yo” y un poco más en “tú”.
En medio de una sociedad con
excesivo ruido es clamoroso el silencio de mucha, muchísima gente. Muchas llevan
echado sobre sus hombros el mantoncillo de la tristeza. “Como los hombres
tristes, siendo tantos, cada uno solo” escribió un día Juan Ramón. No ha
perdido ni un ápice de actualidad.
Tristeza, decaimiento, apatía,
falta de ilusión… En una ocasión cuentan
que don Gregorio Marañón, en una sesión hospitalaria preguntó a sus
alumnos acompañantes, quién era, en su opinión, el enfermo más grave de la
sala. El grupo callaba porque esperaban la lección de maestro. Y dicen que don
Gregorio señaló a un enfermo en su cama que no se quitaba las moscas de la
cara.
La soledad no se ve, se siente,
como se sienten las moscas en la cara sin que uno las aparate porque ya se ha
dado como receta del día convivir con ella. Existe la soledad física, la
emocional, la social - ¡quítate viejo, que estorbas, le gritaba, hace unos días
un chaval con una bicicleta a un hombre mayor que caminaba por la acera por
donde por cierto iba el ciclista indebidamente!- Me quedo con el aldabonazo. A
lo mejor es necesario pensar un poquito más en los demás…
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