22 de octubre, domingo. Hay
días en los que a uno no se le ocurre nada y coge el coche y echa millas fuera.
Loja – rosa entre espinas- se asienta entre el río la sierra. Esa que dicen que
tiene tanta agua, que allí, se da gratis. La tierra a la que el refranero la
trata de aquella manera y la del espadón. El espadón era Ramón Narváez, militar
y político. Dominó – él y otros militares - la política española en un
amplísimo período de tiempo.
- Mi general, le pregunta en el
lecho de muerte, el cura que administra los últimos Sacramentos, ¿perdona a sus
enemigos?
- No. (El cura, deduce que no
lo ha entendido)
- Mi general, le digo, que si
perdona a sus enemigos.
- No, responde, yo no tengo
enemigos, los mandé fusilar a todos.
El sol dorado de la tarde
arremolina nubes de algodón sucio sobre
la sierra de Parapanda. Llego; aparco donde siempre, en el cruce de Trajano,
con Sócrates. Está abierta esa ‘gloria’ para el gourmet, El Jabugo, que regenta,
en la esquina, Nicolas…
- Nicolás tiene usted la
exquisitez de la gastronomía, de la filosofía griega y del Imperio de Roma…
- ¿Ha visto? y, además, en
Granada, me responde…
-Todo es posible en Granada,
todo.
Deambulo, subo por Obispo
Hurtado; luego, por calle Tablas; entro en la Plaza de la Trinidad. Gorjean los
pájaros en el brocal de la fuente. Hay un zureo de palomas. Se deshojan, - sopla
fuerte el viento - , los plátanos. El otoño pone fecha de caducidad.
Dicen que en el Alhambra
construyeron la fuente de los Leones para realzar un jardín. Me pregunto para
qué diseñarían la plaza de Bib-Rambla. Tengo a mano la respuesta, para dar
entrada a la Alcaicería. ¿Cómo no se me había ocurrido antes?
Me pierdo, adrede, por ese
intricado dédalo de calles con mucho turista y arte adulterado. De la Plaza de
las Pasiegas viene olor a especies; de la de la Chancillería, historia de la
Justicia; de San Gil y Santa Ana cambio de tiempos…
¿Y del Paseo de los Tristes? ¿Qué emana el Paseo de los Tristes? Arriba, la
Alhambra, soberbia, imponente, única; abajo, el Darro, y el “agua oculta que
llora”. (Me acuerdo, también, de Giralda, la gran novela de Alfonso
Grosso y de lo imposible que se nos pone la vida, a veces). Con razón, alguien
cantó, “cuando te perdió el rey moro, Granada por ti lloró…”
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