14 de octubre, domingo. En mi
pueblo nunca ha habido lobos…
Una vez, me contaba mi abuela
María cuando yo era niño, que un hombre salió al campo muy temprano. El hombre
estuvo todo el día atareado en sus cosas y cuando llegaba la tarde, el hombre
decidió que era la hora de volver al pueblo. El hombre cogió el hatillo que
tenía colgado en la rama de un árbol y se echó a andar.
Al rato de andar por el camino,
de en medio del monte, salió un lobo. Estaba escondido entre unas matas. El
lobo cada vez se acercaba más. El hombre no corría porque a esos bichos no se
le puede dar nunca la espalda y mostrarles miedo; al contrario, hay que
encararlos con mucho respeto, pero sin miedo…
- Abuela, si los lobos no
atacan a los hombres…
- No te lo creas. Un lobo
hambriento o con crías es un animal que va a por todas.
El hombre, continuó contándome
mi abuela, llegó hasta las paredes del pueblo. En aquel tiempo, la iglesia de
la Vera Cruz estaba a las afueras. En la puerta de la ermita había un encina
enorme, muy grande. El hombre de un salto trepó hasta la primera rama que se
engarzaba en el tronco principal…. El lobo aullaba y daba señales de fiereza
que se incrementaba, a medida que se veía burlado y sin presa, porque los lobos
son muy listos.
- Abuela ¿y qué hizo el hombre?
- No hizo nada. Esperó y
comenzó a gritar. Lo escucharon unos gañanes que araban en una loma cercana y
aquellos hombres se apartaron de las yuntas y bajaron hasta la encina que había
en la puerta de la Vera Cruz. El lobo, al verse ya casi acorralado – los
hombres traían aguijadas y zurriagos y un palo largo en sus manos – huyó de
ellos y se alejó a toda carrera.
- Abuela, pero si en nuestro
pueblo nunca ha habido lobos…
- Era un lobo, a mí me lo contó
mi abuela, como yo te lo cuento a ti para que no se te olvide y tú, algún día,
se lo cuentes a tus nietos para que ellos sepan cosas de nuestro pueblo.
- Abuela ¿no sería un perro
rabioso?
- Te digo que era un lobo.
Bueno, por lo que pueda ser, tú no vayas nunca al campo solo….
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