16 de agosto, miércoles. Aparecen
en los pueblos personajes a los que envuelve el enigma. Casi todo el mundo los
conoce, casi nadie sabe lo que se esconde, agazapado, detrás de su
personalidad. A veces, hasta desconocemos su nombre, su procedencia, quiénes
componen su familia o como viven. Casi todos desaparecen un día y, como mucho,
queda un vago recuerdo.
Dijo Juan Ramón en aquellos
versos inolvidables que el pueblo se haría nuevo cada año y que se morirán
aquellos que me amaron y que seguirán los pájaros cantando mientras a la caída
de la tarde siguen las campanas del campanario – o seguían – con su toque
rutinario.
La “Rubia del perote”
era una mujer que podría encuadrarse dentro de las letras de los párrafos
anteriores. Yo siempre la conocí como una mujer sola, no hablaba con nadie; a
lo peor ‘nadie’ nos dirigimos a ella como a la persona necesitada de afecto que
lo reclamaba desde su silencio…
La recuerdo a veces pidiendo,
sin decir palabra; otras recogiendo gandinga por la vía del tren o por los
caminos sin ir a ninguna parte. Llegaba
a la puerta de las casas y esperaba un socorro a modo de alimento para el
cuerpo. Ahora, cuando han pasado los años – quizá en estos tiempos pudo haber
sido de otra manera – siento ese remordimiento de no haber hecho todo lo que
debía haber hecho. No lo sé.
Por no tener no tuvo ni nombre
con el que se le reconociese. Al final de su vida vivía en una de las últimas
casas de la calle Carril, sola rodeada de gatos y perros porque no comía ella
pero buscaba comida para sus animales en una situación muy penosa y casi de
inmundicia.
Pero Aranda le escribió unos
versos que transcribo: “El silencio la enloqueció. / Huérfana de familia y de
afectos. / Pasó por la vida por la culpa / de la obligación de haber nacido. /
(…) nadie le brindó su afecto / jamás una caricia. / (…) La muerte para ella
hubiese supuesto / un alivio, pero se aferró a la vida con la / misma fuerza
instintiva que el ser / más feliz de la tierra. / Quizá dejó de oír por no
escuchar / y se fue como vivió. / A lo mejor también / lo deseó así”.
Una pintura de Jacques
Laulheret (algún día hablaré del amigo entrañable) la reflejó con toda la
ternura que él sabía. Estas letras… pues eso.
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