lunes, 28 de agosto de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Patinete

 


28 de agosto, lunes. Esa cosa tan simple y tan básica, tan rudimentaria y tan artesanal, tan poco sofisticada nos llenó a muchos de algo que no se vende en la botica ni se pesa, ni se envuelve… Ese algo se llama simple y llanamente, felicidad.

El primer objetivo era conseguir el cojinete. Una rueda metálica, fuerte, resistente. Era el principal elemento mecánico que lo hacía imprescindible y le permitía el desplazamiento más o menos rápido en una superficie lo más lisa posible. El motor impulsor venía en la pierna del piloto que le daba la fuerza necesaria para que aquello pudiese desplazarse.

Un tornillo, colocado a la inversa atravesaba el travesaño. Hacía posible los giros. A ambos lados. No eran giros excesivamente grandes porque el manillar, que así se llamaba, tampoco daba para más. Solo lo imprescindible y necesario para tomar con relativa seguridad las curvas. En más una ocasión la fuerza centrífuga – de esos no teníamos ni pajolera idea – hacía que, si la curva se tomaba indebidamente, el cuerpo del niño saliese despedido mientras el artilugio, o sea el patinete se estrel estrellase contra la pared cercana.

Dos ruedas traseras, al final de la tabla eran los instrumentos necesarios para permitir el desplazamiento. En el pueblo no teníamos muchos lugares apropiados para disfrutar – porque era una auténtica gozada sentir aquellas velocidades que a nosotros nos parecían poco menos que supersónicas y luego, con el patinete bajo el brazo, subíamos la cuesta para otra vez deslizarnos y dejarnos ir una y otra vez por la pendiente.

La tabla era lisa, tan lisa que por el rozamiento de los pantalones terminaban pasando a mejor vida. Entonces ya se sabe que no se tiraba nada y a la prenda de vestir se le daba un uso doméstico que para esos menesteres para lo que nuestras madres siempre tuvieron una habilidad poco común. El niño, obviamente, tenía su correspondiente ‘premio’ como muy poco a modo de bronca y la correspondiente amenaza de que el patinete pasaba a mejor vida.

Yo no sé si porque uno se hizo mayor o si porque nuestras madres que siempre se salían con las suyas aquellos elementos de diversión aerodinámica pasaron al recuerdo… Hace unos días mi amigo Paco Mancera Macías colocó una foto en su página. A mí, ¡que quieren que les diga! me quitó unos pocos años de encima e hizo rebrotar la ilusión de niño que fui. Gracias, Paco.

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