28 de agosto, lunes. Esa
cosa tan simple y tan básica, tan rudimentaria y tan artesanal, tan poco
sofisticada nos llenó a muchos de algo que no se vende en la botica ni se pesa,
ni se envuelve… Ese algo se llama simple y llanamente, felicidad.
El primer objetivo era
conseguir el cojinete. Una rueda metálica, fuerte, resistente. Era el principal
elemento mecánico que lo hacía imprescindible y le permitía el desplazamiento
más o menos rápido en una superficie lo más lisa posible. El motor impulsor
venía en la pierna del piloto que le daba la fuerza necesaria para que aquello
pudiese desplazarse.
Un tornillo, colocado a la inversa
atravesaba el travesaño. Hacía posible los giros. A ambos lados. No eran giros
excesivamente grandes porque el manillar, que así se llamaba, tampoco daba para
más. Solo lo imprescindible y necesario para tomar con relativa seguridad las
curvas. En más una ocasión la fuerza centrífuga – de esos no teníamos ni
pajolera idea – hacía que, si la curva se tomaba indebidamente, el cuerpo del
niño saliese despedido mientras el artilugio, o sea el patinete se estrel
estrellase contra la pared cercana.
Dos ruedas traseras, al final
de la tabla eran los instrumentos necesarios para permitir el desplazamiento.
En el pueblo no teníamos muchos lugares apropiados para disfrutar – porque era
una auténtica gozada sentir aquellas velocidades que a nosotros nos parecían poco
menos que supersónicas y luego, con el patinete bajo el brazo, subíamos la
cuesta para otra vez deslizarnos y dejarnos ir una y otra vez por la pendiente.
La tabla era lisa, tan lisa que
por el rozamiento de los pantalones terminaban pasando a mejor vida. Entonces
ya se sabe que no se tiraba nada y a la prenda de vestir se le daba un uso
doméstico que para esos menesteres para lo que nuestras madres siempre tuvieron
una habilidad poco común. El niño, obviamente, tenía su correspondiente
‘premio’ como muy poco a modo de bronca y la correspondiente amenaza de que el
patinete pasaba a mejor vida.
Yo no sé si porque uno se hizo
mayor o si porque nuestras madres que siempre se salían con las suyas aquellos
elementos de diversión aerodinámica pasaron al recuerdo… Hace unos días mi
amigo Paco Mancera Macías colocó una foto en su página. A mí, ¡que quieren que
les diga! me quitó unos pocos años de encima e hizo rebrotar la ilusión de niño
que fui. Gracias, Paco.
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