14 de agosto, lunes. Escribió
Cervantes en el capítulo IV del Quijote aquello de «La del alba sería
cuando don Quijote salió de la venta, tan contento, tan gallardo, tan
alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas
del caballo”.
No dice Cervantes en que estación del año ocurrió
el acontecimiento. Se me antoja que pudo ser una mañana soleada de verano con
las viñas cubiertas de hojas verdes y las uvas en sazón.
Con menos palabras no se puede dar a conocer
mejor ni un paisaje, ni un momento, ni una situación espiritual de esas que
afloran a la cara, sin que uno haga nada.
El maestro Alcántara, muchos años después, dijo
que el paisaje “era un estado de alma”. Indudablemente el maestro además de
conocer casi de memoria El Quijote, conocía el alma humana’ y sabía que la
satisfacción interior ni puede ocultarse ni puede reprimirse y sale para gozo
propio y del de los demás que nos rodean.
Llevamos unos días que hay que desconectar la
televisión. Todas las malas noticias del mundo parecen que pujan por salir en
la pequeña pantalla y cuando no hablan de los cien muertos, muerto más o menos,
en el incendio de Muai, en Hawai es porque rizan el rizo con la guerra de
Ucrania. Ahora, el morbo humano ha sacado a modo de chiste el recuerdo de Curro
Jiménez en la tragedia que asola a una familia por la mala cabeza de un
muchacho que ha arruinado su vida y la de los suyos. (De algunos políticos
patrios, no hablamos, por favor)
La del alba sería aquella mañana cervantina y la
del alba es cada uno de los amaneceres de un agosto caluroso que, según los
agoreros, se nos irá con tormentas y cosas malas. A mí me gustaría más que se
despidiese con “el Dios de la lluvia tocando el arpa” como dijo otro maestro,
en este caso, el maestro Barbeito.
Será como tendrá que ser. Ahora, amanece con un
sol espléndido, con media España ocupando las arenas de las playas y la otra
media no sabemos cómo llenando carreteras y restaurantes y ríos y montañas y…
La del alba sería, que sea, que sea por mucho tiempo y el puro gozo nos
reviente por donde quiera, pero nos quite tanta tragedia como, a veces, parece,
que se coloca sobre nuestras cabezas.
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