Alora, efecto óptico...
8 de agosto, martes. España se ha echado a la calle
o la carretera. Casi lo mismo. Acabo de dar un volteo (te lo iré contando poco a
poco) por lugares que te piden que vuelvas. ¿Cuándo? Cuando pueda claro. Me lo
he pensado y hoy he decido escribirte sobre el pueblo, mi pueblo.
Verás, las cosas, a veces, no
son lo que parecen. El efecto óptico tiene sus intríngulis. Sabes de sobra que
Álora no tiene mar, pero mira por dónde, en ocasiones se permite esos guiños…y
claro, luego viene lo que viene.
A lo que iba. Si das en venir
por el Lugá (aquí, como en otras muchas, a la tierra propia se le llama El
Lugá), ármate de paciencia.
Bebe el agua de las fuentes, aunque
de las de antes, ya casi no quedan. Hasta los años cincuenta del siglo XX poseíamos
la menor dotación de agua potable de la provincia de Málaga. Cristóbal Pérez
Vergara, fue el alcalde que llevó el agua potable a todas las casas. Mi madre
decía que a aquel alcalde había que ponerle dos velas. (Yo no estoy en
desacuerdo con mi madre, a las madres siempre hay que hacerles caso, ¿no te
parece?).
En las fuentes, las esperas para
llenar los cántaros eran interminables. Mi madre, amante de las flores (tenía
mejores rosas y jazmines que su hijo), se levantaba de madrugada para ir por
agua y regarlas ¿entiendes ahora el porqué de las velas al alcalde?. Las
fuentes daban para mucho. Riñas frecuentes – “ahora entremeto yo” - y
horas y horas de chácharas.
Habla poco y escucha más.
Párate con los viejos. Se sientan en las horas largas de las mañanas en el parque.
Hay tres bancos. Los han bautizado con los nombres de tres hospitales de Málaga
donde según qué gravedad desvían a los enfermos: El Clínico, el Marítimo y
el Pascual. Ahí te lo dejo. Tú ya verás…
Como es verano, por lo del
calor, si quieres escuchar cómo cantan las alondras en las lomas de El Chopo o
los ruiseñores en las riberas del río, tienes que madrugar. De entrada, te digo
que te va a merecer la pena.
Ah, se me había olvidado
decirte que estamos en el vértice norte de lo que antes se llamaba la Hoya de
Málaga y, ahora, Valle del Guadalhorce. A medio camino entre el mar – que te ha
engañado en la fotografía que ilustra estas letras ¿o no?, y las tierras
interiores…
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