Río Guadalbullón entre Granada y Jaén, en La Frontera
20 de junio, martes. Granada
paladea los versos de Federico y ve irse el Genil “de la nieve al trigo”.
El Genil, por la vega fecunda entre
choperas y cultivos… En lontananza Loja, “rosa entre espinas”. El
viajero sigue camino. Pasa Granada; asciende la carretera; hace años dos
puertos infernales, sobre todo en invierno, el Zegrí y el Carretero; ahora, la
autovía moderna rompe moldes; casi los obvia; más al primero, que al segundo.
Casi al superar el límite
provincial entre Granada y Jaén, la carretera desciende si se va al norte; se
sube, si se viene en sentido contrario. Es vía de comunicación natural. El río,
el cauce del río, para ser más preciso, sirvió desde siempre de camino. Escinde
una muralla de rocas; los picos de
Sierra Mágina; en otro tiempo, lugar de peligros. La toponimia lo canta: La
Guardia de Jaén, la Cerradura, la Frontera…
Según qué tiempos en su suelo
se asentaron pueblos; luego, como en todo, momentos más duros y supervivencia
difícil. El hombre primitivo y Roma dejaron huellas indelebles; en la Guerra de
Granada tuvo su protagonismo; pasada la Guerra de la Independencia, allí – en
Campillo de Arenas – se enfrentaron las tropas del General Ballesteros contra
los Cien Mil hijos de San Luis…
El río es el curso natural por
el que entraron las comunicaciones y los hombres. El río hasta el Guadalquivir,
el que va de Cazorla a Sanlúcar y se enriquece y se engrosa con todas las
escorrentías que le llegan; luego, él las reparte en sus orillas. Una traducción
moderna de la Ley conmutativa parece decir: dame, para repartirlas yo… y así lo
hace.
El Guadalbullón, modesto,
aporta su contribución. En sus pequeñas, casi diminutas ensenadas, donde la
tierra lo permiten, han sembrado olivares que bajan de los montes a la orilla.
Desde la carretera se ven cómo bambolea el viento los pimpollos de enveses
plateados.
Es tierra quebrada, muy
quebrada; estrecha y tortuosa. La técnica ha construido túneles y puentes. Río
y capacidad de lucha del hombre se pulsean. El uno, abajo, caracolea, se esconde
bajo la vegetación de ribera. Deja que el viajero intuya que lleva agua; el
otro, impone su dominio y no hay nada que lo pare en su dirección. Donde se
puede, aparecen letreros en el borde de la autovía, que indican otros posibles
destinos: Carchelejo, Chárchel, la Guardia de Jaén, Arbuniel, Cambil,
Pegalajar… Gaudalbullón a mitad de camino entre la nieve y el mar de olivos.
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