6 de junio, martes. El
padre de Mariquita “la del diablo”, una mañana, cuando el alba apuntaba
por los cerros, fue a la cuadra, aparejó la burra, cogió un picaporro, una
palmitera, una espiocha y una hoz (la navaja cabritera siempre la llevaba en el
bolsillo del blusón de tela) y… Su mujer cuando lo vio salir con tantas
herramientas le preguntó a dónde iba y él, con respuesta huraña, respondió: al
campo. Su mujer sabía que no le decía la verdad. Era un hombre tan malo de
hechos y de carácter que no se atrevió a seguir preguntándole y dejó que se
marchase….
El padre subió por un camino
largo y estrecho. A los lados del camino, crecían las retamas; en las costeras
había almendros, algarrobos, lentiscos y acebuches injertados en olivos y un
majuelo con cepas de viñas que cuando llegaba el otoño, cogían los racimos y
las pisaban y hacían vino; otras, las secaban en los paseros y las convertían
en pasas que luego, cuando llegaban los fríos del invierno, por las noches, las
comían después de la cena. El pabilo del candil ardía despacio hasta que se
consumía y se apagaba y dejaban de arder los troncos en la chimenea y las
sombras lo llenaban todos y los niños se dormían con miedo. En los árboles
grandes se escuchaban los búhos y en el palomar el tropel de las lechuzas que
venían a alimentarse con los pichones.
Cuando el padre de “Mariquita la
de diablo” llegó a la alto de la cuesta, en el borde del camino había unas
retamas. El diablo que no hablaba como hablan los hombres, le dijo que allí
estaba el tesoro. El padre de Mariquita miró a los lados. No venía nadie por el
camino. Todo era soledad. Amarró la burra con la punta del cabestro a una de
las retamas y para más seguridad, le puso la traba. Sacó el picaporro, se apartó
un poco. Fue hasta donde la voz del diablo (¿la oía por dentro?) le dijo y cavó
con fuerza. No tuvo que profundizar mucho. En uno de los golpes apareció una
orza pequeña… Con el sol, entre la tierra, vio cómo brillaban unas monedas. Se
quedó pasmado…
Entonces el diablo le dijo:
-
Esto solo es para veas que es verdad. Ahora,
baja por esa costera, cuando llegues al borde del arroyo (al arroyo lo conocen
por el arroyo del ‘Escarbaero’), cruza al otro lado, sube por la ladera,
allí hay un casaron viejo y en ruinas, junto a un olivo grande….
El hombre le hizo caso a la voz
del diablo que él solo escuchaba en su interior, pero antes, cogió la orza con
las monedas, la metió en un saco de arpillera y la puso en el cujón del serón
de la burra. Lo cubrió con matagallos y encima le echó las retamas que lo había
ocultado desde hacía tanto tiempo que él no podía ni sospecharlo. Si alguien
aparecía por el camino, pensaría que estaba cortando una carga de leña para
caldear el horno…
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