7 de junio, miércoles. Bajó
con cuidado, casi de lado para no resbalarse. Llegó junto al arroyo. Solo
corría un hilo de agua. Eso le daba frondosidad. El agua era clara. Las cañas,
cañotas, adelfas, zarzas, malezas y juncos crecían, y formaban un sendero impenetrable
… Por allí no pasaba nadie. Las plantas se entrecruzaban con total libertad y
solo los pájaros vivían entre sus ramas…
El hombre estaba sudoroso. Por
dentro le roía la zozobra. Miraba a los lados. Nadie lo venía ni nadie podría
sospechar, en caso de que lo divisaran, qué se traería entre manos. Miraba a la
mediación de la ladera donde había dejado trabada y amarraba la burra. El
animal seguía allí, inmóvil… Todo a su alrededor estaba en calma. Un pajarillo
salió aleteando por entre las cañas. El hombre sintió algo parecido al miedo.
No tenía por qué preocuparse. Debía terminar cuanto antes el asunto al que
había venido…
Con dificultad cruzó el pequeño cauce. Trepó un poco. Casi en lo alto y frente a todo había aparecido la orcita pequeño algo interior le dijo que allí... Comenzó a cavar
junto a unas coscojas. No había nada. Luego, lo hizo un poco más separado;
tampoco. Después se acercó a la cepa. Entonces, sí, entonces apareció algo aún
más grande. Con el paso del tiempo las raíces habían penetrado dentro del
recipiente de barro y se había incrustado por entre las monedas. Con la sombra
de la copa no penetraba el sol con tanta viveza. Entonces vio que el tesoro
porque ya no le cabían más nervios dentro de su cuerpo era algo mucho más
grande de lo que él jamás podía ni soñarlo.
Sudaba copiosamente por todo su
cuerpo. Tenía la boca seca. Por la comisura de los labios se le escapaba algo
blanco parecido a la saliva, pero no era saliva. En algún momento pensó ¿cómo
al abrir los cimientos de aquella casa no habían tocado el tesoro? Luego, se
dijo para sí mismo, que igualmente la casa la había hecho los moros. Puede ser
también – pensó – que lo pusieron así, en su convicción, de que algún día sus
descendientes volverían y con esas señas les iba a ser más fácil encontrarlo…
Con cuidado, metió la tinaja en
otro saco, revisó todo el suelo a su alrededor y se convenció de que hay no
había más monedas. Rellenó el hoyo con la tierra que había sacado y lo pisó de
tal manera que nadie que pudiese descubrirlo vislumbrara siquiera que habría
podido pasar allí salvo que algún carbonero habría cavado buscando ceporros de
rematas para un horno de leña o para echar una calera o para caldear en su
casa….
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