21 de junio, miércoles. Leo a vuelapluma
en un obituario sobre Quintanilla. “En un paseo por el Retiro con Julián
Marías, Ortega le comentó en confidencia: «Desengáñese, Marías, el verdadero
problema de España es que nadie está donde tiene que estar».
Nos bombardean de manera inmisericorde para que
le demos el boleto y puedan ocupar el sillón. ¿Tanto importamos nosotros? ¡Qué
pregunta! La respuesta me parece, clarísima.
En una ocasión asistíamos a la inauguración de
una exposición de Jaime Rittwagen en la galería Benedito (Calle Niño de Guevara,
esquina con Granada, Málaga). Asistentes con ganas de notoriedad atosigaban al
maestro Alcántara con preguntas insolentes, inapropiadas, insoportables.
-
Sácame de aquí, me dijo.
Lentamente comencé a andar. Él se pegó a mi
espalda. Casi arrastrando los pies; aparentábamos quietud; llegamos a la
puerta. Una vez alcanzada ‘la libertad’ me llevó al “Pimpi”. En la barra,
pidió el gin-tonic de precepto. Me miró a los ojos. Cuando el maestro quería
decir algo que rompía moldes miraba a los ojos como solo él miraba.
-
“Acuérdate bien de lo que voy a decirte. Somos la última
generación que a este país lo llamamos España; somos la última generación que
comemos, a partir de ahora, nos alimentaremos; tengo mis dudas que ‘al niño
grande’ lo dejen reinar”.
El maestro me habló de más cosas. Estar a su
vera era algo que uno tenía como un privilegio y si además estaba como aquella
noche, entonces, uno lo imprime sin tinta ni papel y lo recuerda siempre.
Todo está convulso. Si se abre un periódico
viene tergiversado; entresaca aquello que conviene a sus intereses (en algunos
sitios lo llaman ideología). Modestamente pienso que la objetividad no está en
contraposición con lo que se piensa.
No sé ahora cuando arrecien las calores – que
como los fríos de enero, están por venir – si la gente va dejar crecer, o al
menos, que aparezca eso que llaman ‘cordura’. Tengo, como el maestro para el
futuro del reinado del ‘niño grande’, serias dudas.
He optado por no ver la televisión. Ahí la
oferta es menos diversa que en la prensa escrita; la objetividad, casi la misma;
o sea, casi nula.
¿Será que el problema es que hay gente que no
está en su sitio? Mira, ¿que si algunos (se le puede poner la ‘a’ de algunas,
no pasa nada) lo que buscan es, precisamente, el sitio ese que todos intuimos
porque se sabe que se cobra con seguridad a final de mes?
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