viernes, 2 de junio de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Don Ernesto

 

                          


2 de junio, viernes. “El sedal se alzó despacio y luego la superficie del océano se curvó delante del bote y el pez emergió. Tardó mucho en salir y el agua le chorreó por los costados” (El viejo y el mar. E. Hemingway. 1952) Le valió, el Premio Nobel de Literatura.

Hace cien años (pisó nuestro suelo por primera vez en 1923) que don Ernesto vino a España. Como los ojos de una mujer al revolver de una esquina, España lo hechizó. Vivió en África, en Paris, Cuba y obviamente, Estados Unidos (él había nacido  en Illinois en 1899), pero España era diferente. No es un tópico. Fue la realidad. Llegó de la mano de Gertrude Stein.

Le molestaba que se le encorsetarse solo con el mundo de los toros. Su amistad con Antonio Ordoñez estuvo muy por encima. Uno, dejaba hilos de arte con la tinta sobre el papel; el otro, con la muleta en el ruedo. Es algo que no es difícil explicar: el arte, se entiende entre sí. Don Ernesto admiraba muchas cosas de España, pero sobre todo su gente: “una tierra con gente espontánea”. Nos conoció bien, muy bien.

Su paso por Chicote, por la Cervecería Almena en la Plaza de Santa Ana, el Iruña de Pamplona o el callejón de la Plaza era una manera de exponer que España lo había cautivado con un flechazo. Eso no se sabe por qué ocurre, pero pasa.

Corresponsal de guerra, sus artículos se publicaban en cuarenta periódicos. Hombre de una vida que ya en aquel tiempo rompió moldes. Ahora se le admira por lo que dejó escrito. Tenía un carácter difícil. Tampoco es algo anormal en un genio. Hombre de mal humor y sobre todo cuando se pasaba en la bebida…

Su literatura – más allá del periodismo – tenía un lenguaje de una enorme fuerza y sencillez: “El viejo aseguró la vela y amarró la caña del timón. A continuación, cogió el remo que llevaba el cuchillo atado en la punta. Lo alzó tan despacio como pudo, pues las manos se rebelaron contra el dolor”.

El viejo pescador llegó a La Habana derrotado. El muchacho lo esperaba en la orilla. Le ayudó en cuanto pudo y en su cabaña, boca abajo, soñó con leones marinos y con playas lejanas. En España probablemente, como con tantas otras cosas, casi nadie va a reparar en esta llegada de Hemingway. Yo, esta tarde he vuelto a darme un chapuzón en su obra…

 

 

 

 

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