jueves, 8 de junio de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Álora. Historia y Leyendas. Mariquita "la del diablo" (IV de V)

 

 


8 de junio, jueves. Era casi mediodía. Hacía calor. El hombre tenía más calor por dentro que calor hacía por fuera. Ese calor que da el sol cuando los días comienzan a ser más largos que las noches. Subió la costera despacio. Sentía un poco de temblar en las piernas. Pesaba el saco sobre su hombro; en la otra mano llevaba el picaporro. No había necesitado ni la palmitera, ni la espiocha ni la navaja cabritera…

Acudió a donde tenía la burra, en el otro cujón del serón de esparto, puso el nuevo hallazgo. Lo cubrió igual, con matagallos y retamas. Y ahora, además, y en el mismo sentido que el albardón sobre la sobreharma colocó un haz de retamas sin que llegasen a sobresalir por la culata del atajarre. La carga sobre la burra si alguien se cruzaba por el camino solo delataba a un hombre que llevaba el caldeo del horno. Desató al animal que con la cola espantaba las moscas. Se echó el cabestro sobre los hombros, como lo hacía siempre cuando caminaba por delante de la burra (por cierto, mohína, pequeña y con paso muy vivo sobre todo cuando iba hacia querencia) y comenzó a bajar por el camino despacio…

Cuando llegó a su casa sacó un cubo de agua del pozo, le dio de beber al animal y como hacia siempre, metió la burra en la cuadra. Le echó una pastura en el pesebre. La despojó de la jáquima y la dejó libre. En la puerta atravesó el palo que solía poner para que no se saliese y lo incrustó en los dos agujeros, uno frente a otro, en la pared.  Llamó a su mujer. Le contó todo lo que había pasado. La mujer tenía la cara descompuesta a media que el hombre hablaba, entre dientes:

-         ¡Santo Dios del cielo! exclamó. Comenzó a llorar en silencio… ¿Cómo has podido…? Lloraba intensamente. Cogió un pico del delantal y le mordió con fuerza y rabia.

Pasó el tiempo. Era a esa hora en que las monjas del convento de la Encarnación rezaban completas. La hermana lectora entonó en voz alta el comienzo de la Primera Epístola de Pedro:

“Hermanos sed sobrios y velad porque el diablo como león rugiente anda a vuestro alrededor buscando a quien devorar…

La noche estaba serena. De pronto llegó un hedor penetrante y muy fuerte a azufre. Un estruendo enorme, como un trueno descomunal que atronó en el espacio. Era un trueno más grande que cuando cae un rayo, más grande que los truenos de aquella tormenta que se llevó los molinos de la ribera del río. Era el trueno más grande que el hombre había escuchado nunca.

Un zumbido de aire alocado lo levantó del suelo. Una voz en su interior le dijo: 

- "Vengo  por lo que es mío"

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