11 de junio, domingo. Hace
unos días tres ciudades de solera, Toledo, Sevilla y Granada han celebrado la
festividad del Cuerpo de Cristo, Corpus Cristi con un poco de adelanto sobre
las otras ciudades del Orbe católico.
Siempre se conmemoró el Corpus
el jueves posterior al domingo de la festividad de la Santísima Trinidad. El
refranero decía: “Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves
Santo, Corpus Christi y el Día de la Ascensión”. Era una manera de ensalzar el
enorme calado de la festividad. Tiempos en que el calendario venía marcado por
otras maneras.
Todo comenzó hace un poco más
de dos mil años. Dicen que subieron a Jerusalén y eran aquellos días en los que
el pueblo de Israel celebraba la Pascua en conmemoración de la liberación del
cautiverio de Egipto.
La cosa, a primeras horas de la
noche. Ya se había puesto el sol. La oscuridad avanzaba por calles estrechas
con paredes de adobe. Ellos se reunión a cenar o a celebra la Pascua. Deberían
estar cansados, sudorosos, un tanto sucios. Era tiempo en que al andar por los
caminos los cuerpos se llenaban de sudor.
El Maestro se echó al suelo y
les lavó a todos los pies (Hubo reticencias, normal) y luego cogió el pan lo
partió y lo dio a comer a todos. (Hizo igual con el vino y bebieron de la misma
copa). Cuentan que dijo unas palabras que probablemente ninguno de los que
estaban allí entendieron. Habló de su cuerpo y de su sangre… y algo que ha
perdurado: que lo hagáis siempre en mi recuerdo. ¿Eran conscientes de la
trascendencia de lo que estaba pasando ?
El pueblo que le da sueltas a
sus fantasías saca ‘ese’ cuerpo en una custodia. Lo pasea por las calles. La
gente se viste de nuevo; los niños y niñas (¡que primor de novias en miniatura,
Dios mío!) que hicieron su primera comunión vuelven a vestir sus galas... Lo
llevan en carrozas, bajo palio o en las manos del sacerdote. Hacen paradas en
los altares. En casi ninguno faltan dos cosas esenciales: una espiga de trigo y
un racimo de uvas. La fe es algo que va más allá. Me viene a la cabeza aquel
fragmento del Himno Eucarístico: “Como estás mi señor en la custodia / igual
que la palmera que alegra el arenal…” Habla también de Cristo en todas las
almas y en el mundo la paz… ¡Ojú!
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