22 de junio, jueves. Los
húngaros llegaban sin avisar. No sabíamos de dónde venían ni hacia dónde
iban. Su paso, fugaz; no tanto como las estrellas, o sea los meteoritos que
cruzaban las noches de verano. Eran cómicos ambulantes. Se ganaban la vida con
un espectáculo en la calle.
Una trompeta convocaba al
público; hacían un cerco. En medio, un trípode, con unos escalones para llegar
a los más altos… Una cabra famélica, extraña, de pelo largo y diferente a las
cabras que había en mi pueblo, amaestrada, se movía al son de la música que
salía de la trompeta…
Cuando acababa la función, la
húngara, casi siempre una mujer de mediana edad con ropa andrajosa y larga,
de colorines raros y extravagantes y un turbante en la cabeza pasaba un
platillo demandado unas posibles monedas. Al rato se escuchaba la trompeta en
la lejanía del pueblo; en otra esquina; ante otro público.
Hace unos días se nos ha ido
Mari Carmen. Esta señora hacía hablar a sus muñecos. Esta señora consiguió que
muchos españoles esbozaran una sonrisa. Mari Carmen no actuaba en la calle. La
televisión, las salas de fiestas…
Joan Manuel Serrat, hizo una canción con un
mensaje enorme: “Titiritero”. Nos contó
otra cosa. Nos dijo: “Es de aquella
raza / que de plaza en / nos canta su pena”. También lanzó un mensaje de gratitud para ellos.
He leído una noticia
preocupante. El protagonista, un hombre joven, dice el periódico que tiene
treinta años; pelo fuerte, ojos negros y grandes, cara expresiva. Dice que se
busca la vida como titiritero. Se desplaza con una furgoneta en la que actúa
cuando hay lugares donde no le permiten el espectáculo al aire libre. Cruza
España como la cruza el viento….
El hombre – no ha querido
revelar el nombre del lugar – lo ha pasado mal. Un grupo de niños ha
vilipendiado a sus títeres. Les ha faltado al respeto. En el fondo ha sido a él
que es quien da animación a los muñecos. El hecho es serio, feo, grave…
Hay algo peor, según cuenta el
hombre, ningún padre ha reprochado ni corregido a esos niños carentes de
civismo. El hombre se ha preguntado en voz alta sobre la sociedad que estamos
criando, alimentando y a la que damos toda clase de dádivas. El hombre se ha cuestionado
algo que también podemos hacerlo nosotros ¿a dónde vamos? El hombre se llama Mario Enzo.
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