1 de junio, jueves. Media
tarde. Hacía calor. Era un calor húmedo, pegajoso. Era ese calor de verano con
que Venecia es tan generosa y que tan insoportable es a veces. Era el calor de
los lugares donde el agua se impone a la tierra, o lo que es lo mismo ese calor
propio de sitios, que aunque pueden ser bellísimos son casi insoportables.
Anduvimos deambulado por
Venencia. No puede ser de otra manera. O góndola o calles que serpentean y se
pierden entre edificios donde la humedad se deja ver en las paredes. Los
edificios de Venecia son diferentes a todos los edificios de cualquier otra
ciudad donde la humedad manda y pienso ahora en Gante, en Brujas o en Aveiro.
Da igual. Esos son distintos.
Entramos a una tienda. Venecia
es la oferta permanente donde casi todo se vende. El pagarlo es otro cantar.
Venecia es carísima. Me interesé por cristal de Murano. Eso es para economías
diferentes a la mía. Por entonces, por ver los precios en las etiquetas no
cobraban. (En el puente Vecchio de Florencia, tampoco).
Subimos los escalones que
llevan a lo alto del puente. Un canal y otro. Todo es un dédalo de arterias de
agua que van hasta el Gran Canal. Pensé en la República de Venecia que participó
en Lepanto y pensé en la que se dejaron tras sí los Patriarcas pensando que iban a volver de
Roma en cuanto terminasen los cónclaves. Pensé en los cardenales Sarto, Roncalli
o Albino Lucini… Los dos primeros ya están en los altares. Se les venera como
san Pio X, san Juan XXIII; del tercero… Juan Pablo I habrá que esperar. Hay
demasiado misterio en su muerte.
Declinaba la tarde. Nos sentamos
en un café junto al Puente de Rialto. Hace unos días, unas fotos del canal
mostraban el agua de color verde. Dicen que es por no sé qué colorantes que
vierten para ver no sé qué fugas. Vamos que no se lo creen ni haciendo actos de
fe.
Nosotros estábamos alojados en
el Lido. Dentro de un rato partía el vaporetto que nos devolvería al
lugar de hospedaje. Cuando el vaporetto cruzaba por el Gran Canal bajada
un barco descomunal. Al menos a mi me lo pareció, como me parece descomunal la
belleza que Charles Aznavour llevó a aquella “Venecia sin ti…” porque “solo
queda un adiós, que no puedo olvidar / hoy Venecia sin ti, que triste y sola
está…”
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