13 de junio, martes. Cae la tarde; el sol pone de oro las cumbres; el cielo, entelerañado en las alturas. En el alero del tejado canta un mirlo solitario; se ha presentado sin que nadie lo llame. ¿Adónde van esos mirlos? Son como los versos sueltos de los poetas excelsos, que lo dicen todo en las menos palabras posibles.
Pienso que ese mirlo no va
perdido; los pájaros nunca van perdidos.
Hay pájaros de amanecer. Mejor, de esa hora cuando apunta el día con el
lubricán por los picachos de los montes. A esos pájaros los llaman ruiseñores.
Casi nadie los ve; casi nadie divisa sus plumas entre las ramas tupidas de los
sotos. ¡Pero son tan bellos!
Hay pájaros que cantan cuando ya ha abierto
del día: es el concierto de chamarines, carbonerillos, verderones y alondras;
otros, cuando está en todo su poder la tarde. Pienso en los jilgueros sobre las
púas de los cardos en los bordes de los caminos; en las golondrinas de los
tendidos eléctricos; de los vencejos que juegan al pilla-pilla y no se
atropellan nunca.
Una llamada lejana me comenta
que han hablado del maestro Alcántara, en Canal Sur. Conmemoran los Cien
programas de Poetas Andaluces. La terna,
compuesta por Barbeito; el trino de la voz única; Teodoro León Gross (que
conduce el programa); y Rogelio Reyes, catedrático emérito de Literatura de la
Universidad de Sevilla; la experiencia del saber… Había peones de brega.
Normal, pero cuando uno de ellos de Javier Caravallo… El programa ha debido ser
de esos que uno enmarca en el recuerdo durante mucho tiempo.
Me dicen que lo han cerrado con
el poema antológico del maestro: Niño del 40. Sí, aquel que habla de un barco que se va
y no se ha ido; de un pitido lejano; y de palomas y gaviotas en el parque y que,
luego, habla de un concurso de sirenas y defines en los Baños del Carmen; de un
padre que llevaba a su niño de la mano, o sea, a él – ¡qué suerte de los niños
que han llevado sus padres de la mano! – y de una guerra en la que ya no se
estaba en aquel verano y de biznagas… y
que él “estudiaba segundo de jazmines”.
Está el mirlo empoderado en el
alero. No me cabe duda, según él, este mundo, este pequeño mundo de árboles y
rosas que viven su tiempo, debe ser suyo, solo suyo y a nosotros nos lo presta
solo cuando a él le parece bien.
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