9 de marzo, jueves. Tenía poco más de veinte años cuando su marido la inmortalizó en el lienzo. Rostro serio, mirada perdida, chal rojo en los hombros que cae sobre un vestido blanco impoluto. Un moño recoge una mata de pelo negro. De fondo, una arboleda tupida y verde. La señora se sienta sobre un banco de piedra. Está el jardín de su casa: Aravaca, cuando era campo y, todavía, no la había devorado la gran ciudad.
Balaca fue el pintor. Ricardo nació en Lisboa en 1810 porque, circunstancialmente, su padre trabajaba allí. Es pintor de pincel claro y escuela. La valoración le viene, además de por el retrato (el que nos ocupa, por caso) por otros: la Guerra Civil del norte de España, la Batalla de Bailén y los que le hace a Alfonso XII, al que considera su amigo. De esta amistad le vendrá la muerte. El Rey quiere un retrato ecuestre. En la Zarzuela buscan el caballo idóneo. Es febrero y en Madrid. Tres días después muere a consecuencia de una pulmonía. Tenía sólo 35 años.
Teresa Vergara Domínguez, es la señora del cuadro. Nació en Álora el 7 de septiembre de 1852. Huérfana de madre, a los ocho años, la acogen y educan sus padrinos, Consul él de Italia en Málaga. En la capital conoce al pintor con quien se casa a los dieciocho años. Del matrimonio nacen dos hijos. Con veintisiete enviuda. Avatares de la vida le hacen desprenderse de su retrato. Muere octogenaria en 1936.
Ahora, desde una pared, escoltada por obras de Valeriano
Bécquer y Esquivel, desde su pequeño cuadro, ve como pasa el tiempo y los
visitantes ante sus ojos. En la puerta vigila un ujier. Es, que sepa, el único retrato de mujer de Álora
que se cuelga en un museo madrileño y, si, además, es de la excelencia del
Lázaro Galdiano, en la calle Serrano de Madrid, miel sobre hojuelas.
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