15 de marzo, miércoles. La han
bautizado con diferentes nombres. Ella lo soporta todo. Su única torre se
levanta en la oscuridad de la noche como un faro que irradia luz. Es eleva sobre la ciudad extendida sus pies la
ciudad. Sus destellos llegan lejos y se sobreponen al ahogamiento que le hacen
los edificios que la rodean.
Gerardo Diego le dijo: “Naciste
de la pura geometría, / blanca en la mente azul delineante, / y eres proyecto
siempre, alzado al instante, / espuma puesta en pie cuajada y fría…” Y en
frente, la mar lejana, azul la tarde poniente pespunteada de pañuelos en sus
olas y por donde se ven como vienen y se van por barcos con rebufo de espumas
blancas en su popa.
José A. Castillo dice de su torre
norte que es “esbeta y elegante…” Es, eso y algo más. Es la torre que tiene el
reloj. Antaño marcaba la hora de la ciudad y según cuáles las daba con una
manera diferente de solemnidad. ¿Hay algo más serio que las campanadas que dan
las catedrales en las horas infinitas y quietas de la madrugada?
Las campanas esas eran también la llamada para
otras cosas. Repique que anunciaba la salida de la procesión del Corpus Christi
las mañanas espléndidas de primavera. Las puertas de par en par, la brisa de la
mar que se adentraba y se enseñoreaba de sus rincones más recónditos… “como
estás mi Señor en la custodia que guarda cuanto queda de Amor y de Humildad”.
El órgano a pleno pulmón emitía las notas llenaba de musicalidad el reciento
enorme. El cabildo en formación iniciaba la marcha y la procesión… y las
campanas en un repique continuado, sin fin, sin termino…
Han tocado también estas
campanas que, ahora en mi transitar nocturno por calle Císter, las veo
enmudecidas, a rebato cuando había fuego en algún lejano de la ciudad o porque
el Guadalmedina venía desbordado, embravecido, devorando los barrios de sus
orillas y sembrando de lodo, muerte y dolor, El Perchel, la Trinidad, San Juan…
Me paro ante la magnificencia
hecha por los hombres en un acopio de tiempo, en una colección de días, años y
sueños a veces incompletos. Pienso para
mis adentros qué no habrán visto pasar a sus pies estas piedras centenarias,
ahora quietas, pasivas que han ido configurando sin haber concluido aún la
magnificencia del templo.
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