Plaza de España. Madrid.
3
de marzo, viernes. «Adiós, Madrid;
adiós tu Prado y fuentes que manan néctar y llueven ambrosía, adiós» (Miguel de
Cervantes, Viaje del Parnaso). Lo escribió el más grande genio que
probablemente haya dado este país llamado España.
Vivió
pobre, menesteroso y mal atendido. Probó y suspiró, anduvo muchos caminos y
aunque llamó a muchas puertas, casi todas se le cerraron. Suele pasar, en vida,
muchos palos; después de la muerte, alguna gloria – en este caso, mucha - quizá
más fuera de su tierra, que en la propia.
La
obra cumbre de Cervantes, El Quijote, tiene tanta actualidad que se abra por
donde se abra siempre hay algo novedoso, algo diferente que parece que está
allí esperando a que uno se lo reencuentre.
Hace
unos días hablaba con Juan Gaitán. Juan escribe – iba a poner un taco, pero eso
no está bien – y voy a decir que escribe como los ángeles cuando los ángeles
tienen sus días buenos….
A
lo que iba, comentaba con Juan sobre Cervantes y me dijo casi textualmente, a
Cervantes no le gana nadie, quizá, si alguien le empata, ese es Shakespeare….
Estoy totalmente de acuerdo con él.
Yo
llevo un tiempo hurgando en los papeles viejos sobre su estancia por estas
tierras cuando se las buscaba como recaudador de alcabalas reales y como
aprovisionador de grano para la Armada Invencible, con más problemas que
satisfacciones.
He
releído varias veces cuando describe los paisajes de las playas de Vélez
aquellas tardes de finales de otoño cuando pasó por la tierra de Málaga y me
sueño y me engolosino -dicen que la esperanza tarda en perderse - con encontrar
alguna descripción o al menos una cita sobre una tierra ¡a la que yo quiero
tanto!
Madrid,
a finales de febrero está gélido y frío. Abarrotado de gente, de tanta gente
que en algunos sitios parece una manifestación a cualquier hora del día.
Está
blanco el Guadarrama; el cielo azul. Están escuálidos y desnudos los plátanos
orientales (¿hay en España alguna ciudad con más plántanos que Madrid?).
Esperan el rebrotar de la primera. Sigue la lápida de siempre en la esquina del
Jardín Botánico informando de unas fuentes que manan néctar y llueven ambrosías,
aunque estos días tienen el agua congelada a las primeras horas del día, y dice
a adiós - ¿o quizá, mejor, hasta luego? - a los viajeros que ven la estación de
Atocha casi a pedir de mano.
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