Patarra,
Francisco Ramos, era un hombre bajito,
rechoncho y con las piernas un poco arqueadas; tenía la boca grande lo que le
profería una aparente sonrisa permanente. Trabajaba en un almacén de frutos de
la estación, cuando allí había una actividad económica floreciente. A la
estación – tanto al tren como a los almacenes acudía mucha gente- por lo que el
hombre era dado a darse un volteo por los bares y ‘observar’ el gentío.
Patarra
estaba casado con Juana que regentaba un quiosco en la Plaza Baja que todavía
no se llamaba de la Despedía. El quiosco de Juana era cita obligada para todos
los chaveas que disponían de los grandes capitales que daban una ‘chica’, una
‘gorda’ o un ‘real’; la peseta , eso que dicen que tenían algunos, era terreno
para los ‘capitalistas’ de aquel tiempo.
Un día, el
patrón le gastó una broma. Entre los sacos colocó estratégicamente repartidos,
pero a la vista, un puñado de caramelillos. Patarra, picó en la trampa. Al regreso, al trabajo, sin mediar palabra,
espetó:
-
Hay
que ver la cantidad de ratas que hay en este almacén: he puesto un puñado de
caramelos envenenados y en un rato han
desaparecido todos.
A Patarra se
le descompone la cara y casi sudoroso, responde:
-
Hombre,
eso se avisa…
Patarra también
tuvo sus ilusiones toreras. Con ‘Cañero’, Antonio Martos, que vendía lotería,
formaró la pareja de “Joselito y Belmonte’ locales. Naturalmente no pasaron de
aspirantes a becerristas. Participaron en algunos festejos de los que entonces
se organizaban con empresarios improvisados con el cura y el Ayuntamiento como
promotores y con fines siempre benéficos.
A Patarra le
llega la hora de la jubilación. El hombre acude al Organismo pertinente a
arreglar el papeleo. No aparecía por ningún sitio para poder arreglar la pensioncilla…
-
Usted
no está aquí, le dice el funcionario
-
Busca,
busca bien, hombre…
-
Que
le digo que usted no figura en estos listados…
-
Busca
hombre, busca…
-
Que
le digo que no…
-
Que
busques, que busques bien…, que en la guerra sí que me encontrasteis…