He visto irse la tarde desde las lomas de Virote. Se iba
lentamente; sin prisa. Todo estaba en
calma; una leve brisa movía, peinando, los trigos que ya apuntan en una sementera tímida al amparo
de las últimas lluvias generosas de finales del otoño, y al sol tibio de enero.
Pasó, con vuelo lento, una banda de rezneros. Iban a alguna
parte. Los rezneros rompen con la blancura
de sus plumas el verde de Esperanza Macarena del campo; ponen su nota especial
en un pentagrama de colores. Los pájaros
dejan cada mañana las ramas donde pasaron la noche. Se buscan la vida por los
sembrados, por los bordes del río, por las huertas cargadas de naranjas en una
sinfonía policromada.
Los pomelos esperan la mano del comprador;tienen la madurez de su tiempo. Las noches frías ya dan color a los limones. Son frutos
sensuales. Su cobijo está en los senos del árbol bajo un manto tupido de hojas hermosas,
grandes, bellísimas… Son un canto a la esperanza del fruto maduro. Se abre,
también, una puerta al temor porque el frío puede apretar más de lo necesario y
se hace helor y, entonces… , mejor no pensarlo.
Unas palomas se espantaron con mi presencia. Levantaron el
vuelo, precipitadamente, asustadas, como quien, en la paz de un mundo que
consideran suyo, alguien se ha atrevido a entrar y la ha roto sin su permiso.
Subieron a la altura con un aleteo nervios y se alejaron camino del refugio seguro del
palomar cercano.
Sobre el Monte Redondo girones de nubes. Son nubes de
levante que el viento las deja sobre la cumbre como en espera de un destino que
vendrá cuando Alguien diga que llega la hora de servicio y, entonces, se ponen
en camino y son esperanza de otros hombres y llevan rocío sobre la tierra que
se empapa y germina en vida.
Ha subido el tren, que cada día, a esta hora, rompe el
silencio y dice que en su interior va gente de una ciudad a otra. Son gentes
que tienen sus problemas, sus alegrías, sus añoranzas… He visto irse la tarde
desde las lomas de Virote y lo he puesto
sobre unas líneas…
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